LXXXVI

Apenas empezó a rayar el alba al siguiente día, cuando los seis grandes de Persia pretendientes de la corona, conforme a lo pactado, se dejaron ver aparejados y prontos en sus respectivos caballos, e iban de una a otra parte, paseando por los arrabales, cuando no bien llegados a aquel paraje donde la yegua había estado atada la noche anterior, dando una corrida el caballo de Darío empieza sus relinchos. Al mismo tiempo ven todos correr un rayo por el sereno cielo y oyen retumbar un trueno, cuyos prodigios sucedidos a Darío fueron su inauguración para la corona, de modo que los otros competidores, bajando del caballo a toda prisa y doblando allí mismo la rodilla, le saludaron y reconocieron por su rey.

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