Salidos los persas de los criales del desierto, plantaron su campo vecino al de los egipcios para venir con ellos a las manos. Allí fue donde las tropas extranjeras al servicio del Egipto, en parte griegas y en parte carias, llevadas de ira y encono contra Fanes por haberse hecho adalid de un ejército enemigo de otra lengua y nación, maquinaron contra él una venganza bárbara e inhumana. Tenía Fanes unos hijos que había dejado en Egipto, y haciéndolos venir al campo los soldados mercenarios, los presentan en medio de entrambos reales a la vista de su padre, colocan después junto a ellos una gran taza, y sobre ella los van degollando uno a uno, presenciando su mismo padre el sacrificio. Acabada de ejecutar tal carnicería en aquellas víctimas inocentes, mezclan vino y agua con la sangre humana y habiendo de ella bebido todas las guardias extranjeras, cierran con el enemigo. Empeñada y reñida fue la refriega, cayendo de una y otra parte muchos combatientes, hasta que al fin cedieron el campo los egipcios.