Además de sus deudos, enfurecióse también contra los demás persas el insano Cambises, según harto lo manifiesta lo que, como dicen, sucedió con Prejaspes, su íntimo privado, introductor de los recados, mayordomo de sala, cuyo hijo era su copero mayor, empleo de no poca estima en palacio. Hablóle, pues, Cambises en esta forma: —«Dime, Prejaspes: ¿qué concepto tienen formado de mí los persas? ¿con qué ojos me miran? ¿qué dicen de mí? —Grandes son, señor, respondió Prejaspes, los elogios que de vos hacen los persas; solo una cosa no alaban, diciendo que gustáis algo del vino.» Apenas hubo dicho esto acerca de la opinión de los persas, cuando fuera de sí de cólera, replicóle Cambises: —«¿Y eso es lo que ahora me objetan? ¿eso dicen de mí los persas, que tomado del vino pierdo la razón? Mentían, pues, en lo que antes decían.» Con estas palabras aludía Cambises a otro caso antes acaecido: hallándose una vez con sus ministros y consejeros, y estando también Creso en la asamblea de los persas, preguntóles el rey cómo pensaban de su persona y si le miraban los vasallos por igual a su padre Ciro. Respondiéronle sus consejeros que hacía ventajas aun a Ciro, cuyos dominios no solo conservaba en su obediencia, sino que les había añadido las conquistas del Egipto y de las costas del mar. Creso, presente a la junta y poco satisfecho de la respuesta que oía de boca de los persas, vuelto hacia Cambises le dijo: —«Pues a mí no me parecéis, hijo del gran Ciro, ni igual ni semejante a vuestro padre, cuando todavía no nos habéis sabido dar un hijo tal y tan grande como Ciro nos lo supo dejar en vos.» Cayó en gracia a Cambises la fina lisonja de Creso, y celebróla por discreta.