Pero dejando reposar un poco al furioso Cambises, al mismo tiempo que hacía su expedición contra el Egipto, emprendían otra los lacedemonios hacia Samos contra Polícrates, hijo de Eaces, que en aquella isla se había levantado. Al principio de su tiranía, dividido en tres partes el estado, repartió una a cada uno de sus dos hermanos; pero poco después reasumió el mando de la isla entera, dando muerte a Pantagnoto, uno de ellos, y desterrando al otro, Silosonte, el más joven de los tres. Dueño ya único y absoluto del estado, concluyó un tratado público de amistad y confederación con Amasis, rey de Egipto, a quien hizo presentes y de quien asimismo los recibió. En muy poco tiempo subieron los asuntos de Polícrates a tal punto de fortuna y celebridad, que así en Jonia como en lo restante de Grecia, se oía sólo en boca de todos el nombre de Polícrates, observando que no emprendía expedición alguna en que no le acompañase la misma felicidad. Tenía, en efecto, una armada naval de 100 penteconteros, y un cuerpo de mil alabarderos a su servicio; atropellábalo todo sin respetar a hombre nacido; siendo su máxima favorita que sus amigos le agradecerían más lo restituido que lo nunca robado. Apoderóse a viva fuerza de muchas de las islas vecinas, y de no pocas plazas del continente. En una de sus expediciones, ganada una victoria naval a los lesbios, los cuales habían salido con todas sus tropas a la defensa de los de Mileto, los hizo prisioneros, y cargados de cadenas les obligó a abrir en Samos el foso que ciñe los muros de la plaza.