Por fin, para hablar con franqueza, Cambises me parece a todas luces un loco insensato; de otro modo, ¿cómo hubiera dado en la ridícula manía de escarnecer y burlarse de las cosas sagradas y de los usos religiosos? Es bien notorio lo siguiente: que si se diera elección a cualquier hombre del mundo para que de todas las leyes y usanzas escogiera para sí las que más le complacieran, nadie habría que al cabo, después de examinarlas y registrarlas todas, no eligiera las de su patria y nación. Tanta es la fuerza de la preocupación nacional, y tan creídos están los hombres que no hay educación, ni disciplina, ni ley, ni moda como la de su patria. Por lo que parece que nadie sino un loco pudiera burlarse de los usos recibidos de que se burlaba Cambises. Dejando aparte mil pruebas de que tal es el sentimiento común de los hombres, mayormente en mira a las leyes y ceremonias patrias, el siguiente caso puede confirmarlo muy señaladamente. En cierta ocasión hizo llamar Darío a unos griegos, sus vasallos, que cerca de sí tenía, y habiendo comparecido luego, les hace esta pregunta: —cuánto dinero querían por comerse a sus padres al acabar de morir. —Respondiéronle luego que por todo el oro del mundo no lo harían. Llama inmediatamente después a unos indios titulados Calatias, entre los cuales es uso común comer el cadáver de sus propios padres: estaban allí presentes los griegos, a quienes un intérprete declaraba lo que se decía: venidos los indios, pregunta Darío cuánto querían por permitir que se quemaran los cadáveres de sus padres; y ellos luego le suplican a gritos que no dijera por los dioses tal blasfemia. ¡Tanta es la prevención a favor del uso y de la costumbre! De suerte, que cuando Píndaro hizo a la costumbre árbitra y déspota de la vida, habló a mi juicio como filósofo más que como poeta.