Al retirarse los persas con sus esclavos los Barceos, llegados de vuelta a la ciudad de Cirene, los moradores, para cumplir con cierto oráculo, dieron paso por medio de ella a las tropas egipcias. Bares, el general de la armada, era de parecer que al pasar se alzasen con aquella plaza; pero no venía en ello Amasis, general del ejército, dando por razón que había sido únicamente enviado contra Barca y no contra alguna colonia griega. Con todo, después que pasó el ejército y se acampó allí cerca en el collado de Júpiter licio, arrepentidos los persas de no haberse aprovechado de la ocasión, procuraron, entrando de nuevo en la plaza, apoderarse de ella; pero no se lo permitieron los de Cirene. Hubo en esto de extraño y singular que cayese de repente sobre los persas, contra quienes nadie tomaba las armas, un miedo tal y tan grande, que les hiciera huir por el espacio de 60 estadios antes de atreverse a plantar sus tiendas. Al cabo, después que allí se acampó el ejército, llególe un correo de parte de Ariandes con orden de que se le presentaran; para cuya vuelta, provistos los persas de víveres, que a su ruego les suministraron los Cireneos, continuaron sus marchas hacia el Egipto. Durante aquel viaje, lo mismo era quedarse algún persa fuera de la retaguardia, que caer sobre él los Libios y quitarle la vida para despojarle de su vestido y apoderarse del bagaje; persecución que duró hasta que estuvieron ya en Egipto.