CLXII

Duró tal estado de cosas todo el tiempo que vivió Bato; pero en el de su hijo Arcesilao nació una gran contienda y porfía acerca de los puestos y magistraturas. Autor de ella fue dicho Arcesilao, hijo de Bato el cojo y de Feretima, el cual no quería estar a lo ordenado por Demonacte de Mantinea, sino que pretendía recobrar todas las regalías y derechos de sus antepasados. El éxito de la sedición y discordia fue, que perdida por Arcesilao la batalla hubo de escapar a Samos, y su madre a Salamina de Chipre. Era entonces señor de Salamina Evelton, el que dedicó en Delfos aquel incensario tan digno de verse que se conserva allí en el tesoro de los corintios. Llegada a la corte de éste, Feretima pidióle un ejército que lo restituyese a Cirene: esmerábase Evelton en hacerle mil regalos, menos lo que ella le pedía; mas la princesa al recibirlos decíale que buenas eran aquellas dádivas y que mucho las agradecía, pero que fuera mejor y que mucho más le agradeciera el favor del ejército que le había pedido; y ésta era la arenga que a cada regalo repetía. Regalóle, por último, Evelton un huso de oro y una rueca armada con su copo de lana, y como también entonces Feretima repitiese las mismas palabras, respondióle aquel: —«Con estos dijes se obsequia a una mujer y no con el mando de un ejército.»

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