Este oráculo dio la Pitia a Arcesilao, quien llevando consigo las tropas que tenía en Samos, fuese a Cirene. Apoderado allí del mando, no se acordaba ya de la profecía de la Pitia, sino que procuraba vengarse de los que se le habían levantado, obligándoles a la fuga. Algunos de sus contrarios, sin querer exponerse al peligro, se habían ausentado del país; a algunos otros, caídos en manos de Arcesilao, se les envió a Chipre para que se les hiciese perecer, si bien quiso la fortuna que habiendo aportado a Cnido, los Cnidios les librasen de la muerte, y les enviasen a Tera: algunos otros, por fin, se refugiaron a una gran torre de un particular llamado Aglomaco la cual mandó rodear de fajina Arcesilao y quemar vivos en ella a dichos Cireneos. Como reflexionase después sobre lo hecho, y entendiese que a esto aludía lo que la Pitia le decía en el oráculo, que si hallaba los cántaros en el horno no quisiese cocerlos, temiendo la muerte que se le había profetizado, e imaginando que Cirene era la rodeada de agua del oráculo, no quiso de propósito entrar más en la ciudad de los Cireneos. Estaba casado con una parienta hija del rey de los Barceos llamada Alacir: refugióse, pues, a la corte de su suegro. Allí, algunos de los ciudadanos, junto con aquellos Cireneos que vivían en ella desterrados, habiéndole acechado al tiempo que paseaba por la plaza, le asesinaron juntamente con su suegro. Así Arcesilao vino a encontrar con su destino fatal, habiéndose desviado o de propósito o por descuido del aviso del oráculo.