CXXV

Y como no cesase Darío de irles a los alcances, conforme a su primera resolución, iban retirándose poco a poco hacia las tierras de aquellas naciones que les habían negado socorros contra los persas. La primera donde les guiaron fue la de los Melanclenos, y después que con su venida y con la invasión de los persas los tuvieron conmovidos y turbados, continuaron en guiar al enemigo hacia el país de los Andrófagos. Alborotados también éstos, fueron los escitas llevándole hacia los neuros, poniéndoles asimismo en grande agitación, e iban adelante huyendo hacia los Agatirsos, con los persas en su seguimiento. Pero los Agatirsos, como viesen que sus vecinos, alborotados con la visita delos escitas, abandonaban su tierra, no esperando que éstos penetrasen en la suya, enviáronles un heraldo con orden de prohibirles la entrada en sus dominios, haciéndoles saber que si la intentaban, les sería antes preciso abrirse paso por medio de una batalla. Después de esta previa íntima salieron armados los Agatirsos a guardar sus fronteras, resueltos a defender el paso a los que quisiesen acometerles. Acaeció que los cobardes Melanclenos, Andrófagos y neuros, cuando vieron acercarse a los escitas arrastrando a los persas en su seguimiento, olvidados de sus amenazas, en vez de tomarlas armas para su defensa, echaron todos a huir hacia el Norte y no pararon hasta verse en los desiertos. Noticiosos los escitas de que los Agatirsos no querían darles paso, no prosiguieron sus marchas hacia ellos, sino que desde la comarca de los neuros fueron guiando a los persas a la Escitia.

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