Viéndose Darío en aquella soledad, mandando a sus tropas hacer alto, las atrincheró en las orillas del Oaro. Estando allí hizo levantar ochos fuertes, todos grandes y a igual distancia unos de otros, que sería la de 60 estadios, cuyas ruinas y vestigios aun se dejaban ver en mis días. En tanto que Darío se ocupaba en aquellas fortificaciones, aquel cuerpo de escitas en cuyo seguimiento él había venido, dando una vuelta por la región superior, fue retirándose otra vez a la Escitia. Habiendo, pues, desaparecido de manera que ni rastro de escita quedaba ya, tomó Darío la resolución de dejar sus castillos a medio construir; y como tuviese creído que en aquel ejército, cuya pista había perdido, iban todos los escitas tomando la vuelta de Poniente, emprendió otra vez sus marchas, imaginando que todos sus enemigos fugitivos iban escapándosele hacia aquella parte. Así que moviendo cuanto antes todas sus tropas, apenas llegó a la Escitia, dio con los dos cuerpos de los escitas otra vez unidos, y una vez hallados iba siguiéndoles siempre a una jornada de distancia, mientras ellos de propósito cedían.