CXXVII

A esta embajada dio la siguiente respuesta el rey de los escitas Idantirso: —«Sábete, persa, que no es la que piensas mi conducta. Jamás huí de hombre nacido porque le temiese, ni ahora huyo de ti, ni hago cosa nueva que no acostumbre a hacerla del mismo modo en tiempo de paz. Quiero decirte por qué sobre la marcha no te presento la batalla: porque no tenemos ciudades fundadas, ni campos plantados, cuya defensa nos obligue a venir luego a las manos con sólo el recelo de que nos las toméis o nos las taléis. ¿Sabes cómo nos viéramos luego obligados del todo a una acción? Nosotros tenemos los sepulcros de nuestros padres: allí, oh persa, si tienes ánimo de descubrirlos y osadía de violarlos, conocerás por experiencia si tenemos o no valor de volver por ellos cuerpo a cuerpo contra todos vosotros. Pero antes de recibir esta injuria, si no nos conviene, no entraremos contigo en combate. Basta lo dicho acerca del encuentro que pides; por lo tocante a soberanos, no reconozco otros señores que lo sean míos que Júpiter, de quien desciendo, y Vesta la reina de los escitas. En lugar de los homenajes de tierra y agua, y del despotismo que pretendes sobre personas y haciendas, le enviaré unos dones que más te convengan. Mas para responder a la arrogancia con que te llamas mi soberano, te digo, a modo de escita, que vayas en hora mala con tu soberanía.» Tal fue la respuesta de los escitas que llevó a Darío su mismo enviado.

Share on Twitter Share on Facebook