Los reyes de los escitas, que se veían llamar esclavos en la embajada del persa, montaron en cólera, y llevados de ella despacharon hacia el Danubio el cuerpo de sus tropas, a cuyo frente iba Scopatis con orden de abocarse con los jonios que guardaban él puente allí formado. Pero a los otros que quedaban les pareció no hostigar más a los persas, llevándolos de una a otra parte, sino cargar sobre ellos siempre que se detuviesen a comer. Como lo determinaron así lo practicaron, esperando y atisbando el tiempo de la comida. En efecto, la caballería de los escitas en todas aquellas escaramuzas desbarataba a la de los persas, la cual, vueltas las espaldas, era apoyada por su infantería, que salía luego a la defensa de los fugitivos. Los escitas, puesta en huida la caballería enemiga, por no dar con la infantería volvían a su campo, si bien al venir la noche tornaban a molestar con sus embestidas al enemigo.