LXXII

Al cabo de un año después del entierro, vuelven de nuevo a practicar la siguiente ceremonia. Escogen de los criados del difunto rey los más lindos y bellos, quienes suelen ser escitas libres y bien nacidos, pues allí son criados del rey los ciudadanos que él mismo elige, no habiendo entre ellos el uso de comprar esclavos: escogidos, repito, cincuenta de entre ellos, los ahogan y juntamente cincuenta caballos de los más hermosos. Sácanles a todos las tripas y les limpian las entradas llenándolas después de paja y cosiéndoles el vientre. Toman después un medio cerco, a manera de un aro de cuba, y clavan sus dos extremas en dos palos que se levantan desde el túmulo; a poca distancia clavan otro medio aro del mismo modo, y otros muchos así. Hechos aquellos arcos, desde la cola de cada caballo hasta el cuello meten un palo recio, y suben el cadáver sobre los aros, de suerte que los primeros sostienen sus espaldas, y los postreros sus muslos y vientre, quedando suspenso el caballo sin tocar en el suelo ni con las manos ni con las piernas, levantado así, le ponen su freno y brida atada a un palo que está allí delante. Sobre cada uno de los caballos colocan sendos caballeros, que son los mancebos allí ahogados, metiendo a cada cadáver un palo recto que penetrando por el espinazo llegue al pescuezo, clavando la punta inferior de dicho palo que queda fuera del cuerpo dentro de un agujero que tiene el otro palo que atraviesa el cuerpo del caballo. Puesta alrededor del túmulo aquella cabalgada de momias, se retiran todos a sus casas.

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