LXXX

De aquí resultó que al dirigirse Esciles con sus tropas hacia su casa, los escitas pusieron a su frente un hermano suyo llamado Octamasades, nacido de una hija de Teres, y sublevados negaron a aquel obediencia. Viendo Esciles lo que pasaba, y sabiendo el motivo de aquella novedad, se refugió a la Tracia, de lo cual informado Octamasades movió su ejército hacia aquel país, y hallándose ya cerca del Danubio, saliéronles al encuentro armados los tracios, y estando a punto de venir a las manos los dos ejércitos, Sitalces envió un heraldo que habló así a Octamasades: —«¿Para qué probar fortuna y querer medir las espadas? Tú eres hijo de una de mis hermanas, y tienes en tu poder un hermano mío refugiado en tu corte: ajustémonos en paz; entrégame tú a ese hermano y yo te entregaré a Esciles, que lo es tuyo. Así, ni tú ni yo nos expondremos a perder nuestra gente.» Estos partidos de paz le envió a proponer Sitalces, quien tenía un hermano retirado en la corte de Octamasades; convino éste en lo que se le proponía, y entregando su tío a Sitalces, recibió de él a su hermano Esciles. Habiendo Sitalces recobrado a su hermano retiróse con sus tropas, y Octamasades en aquel mismo sitio cortó la cabeza a Esciles. Tan celosos están los escitas de sus leyes y disciplina propia, y tal pago dan a los que gustan de introducir novedades y modas extranjeras.

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