LXXXI

Por lo que mira al número fijo de población de los escitas, no encontré quien me lo supiese decir precisamente, hallando en los informes mucha divergencia. Unos me decían que eran muchísimos en número, otros que había muy pocos escitas puros y de antigua raza. Referiré la prueba de su población que me pusieron a la vista. Hay entre los ríos Borístenes e Hipanis cierto lugar con el nombre de Exampeo, del cual poco antes hice mención, cuando dije que había allí una fuente de agua amarga, que mezclándose con el Hipanis impedía que se pudiese beber de su corriente. Viniendo al asunto, hay en aquel lugar un caldero tan descomunal, que es seis veces más grande, que aquella pila que está en la boca del Ponto, ofrenda que allí dedicó Pausanias, hijo de Cleombroto. Mas para quien nunca vio esta pila, describiré en breve el caldero de los escitas, diciendo que podrá recibir sin duda unos 600 cántaros, y que su canto tiene seis dedos de recio. Decíanme, pues, los del país, que este caldero se había hecho de las puntas de sus saetas; porque como su rey Aríantas, que así se llamaba, quisiese saber a punto fijo cuánto fuese el número de sus escitas, dio orden de que cada uno de ellos presentase una punta de saeta, imponiendo pena capital al que no la presentase. Habiéndose recogido, pues, un número inmenso de puntas, parecióle al rey dejar a la posteridad una memoria de ellas, y mandó hacer aquel caldero, lo dejó en Exampeo como un público monumento, y he aquí lo que oía decir de aquella población.

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