Respecto a la inmortalidad, están muy lejos de creer que realmente mueran; y su opinión es que el que acaba aquí la vida va a vivir con el dios Zamolxis, a quien algunos hacen el mismo que Gebeleizi. De cinco en cinco años sortean uno de ellos, al cual envían por mensajero a Zamolxis, encargándole aquello de que por entonces necesitan. Para esto, algunos de ellos, puestos en fila, están allí con tres lanzas; otros, cogiendo de las manos y de los pies al mensajero destinado a Zamolxis, lo levantan al aire y le tiran sobre las picas. Si muere el infeliz traspasado con ellas, ¡albricias! porque les parece que tienen aquel dios de su parte, pero si no muere el enviado sobre las picas, se vuelven contra él diciéndole que es un hombre malo o ruin, y acusándole así, envían otro, a quien antes de morir dan sus encargos. Estos tracios, al ver truenos y relámpagos, disparan sus flechas contra el cielo, con mil bravatas y amenazas a Júpiter, no teniéndole por dios, ni creyendo en otro que en su propio Zamolxis.