Este Zamolxis, según tengo entendido de los griegos establecidos en el Helesponto y en el mismo Ponto, siendo hijo de mujer y mero hombre, sirvió esclavo en Samos, pero tuvo la suerte de servir a Pitágoras el hijo de Mnesarco. Habiendo salido libre de Samos, supo con su industria recoger un buen tesoro, con el cual se retiró a su patria. Como hallase a los tracios sus paisanos sin cultura y sin gusto ni instrucción, el prudente Zamolxis, hecho a la civilización o molicie de la Jonia y a un modo de pensar y obrar mucho más fino y sagaz que el que corría entre los tracios, como hombre acostumbrado al trato de los griegos y particularmente al de Pitágoras, no el último de los sabios, con estas luces y superioridad mandó labrarse una sala en donde, recibiendo a sus paisanos de mayor cuenta y dándoles suntuosos convites, comenzó a dogmatizar, diciendo que ni él, ni sus camaradas, ni alguno de sus descendientes acabarían muriendo, sino que pasarían a cierto paraje donde eternamente vivos tuviesen a satisfacción todas sus comodidades y placeres. En tanto que así platicaba y trataba con los tracios, íbase labrando una habitación subterránea; y lo mismo fue quedar concluida, que desaparecer Zamolxis de la vista de sus paisanos, metiéndose bajo de tierra en su sótano, donde se mantuvo por espacio de tres años. Los tracios, que lo echaban menos, y sentían la falta de su buena compañía, llorábanle ya por muerto, cuando llegado ya el cuarto año, ve aquí que se les aparece de nuevo Zamolxis, y con la obra les hace creer lo que les había dicho de palabra.