XI

Así cuentan esta historia los griegos colonos del Ponto; pero corre otra a la que mejor me atengo, y es la siguiente. Apurados y agobiados en la guerra por los masagetas, los escitas nómadas o pastores que moraban primero de asiento en el Asia, dejaron sus tierras y pasando el río Araxes se fueron hacia la región de los cimerios, de quienes era antiguamente el país que al presente poseen los escitas. Viéndolos aquellos cimerios venir contra sí, entraron a deliberar lo que sería bien hacer siendo tan grande el ejército que se les acercaba. Dividiéronse allí los votos en dos partidos, entrambos realmente fuertes y empeñados, si bien era mejor el que seguían sus reyes; porque el parecer del vulgo era que no convenía entrar en contienda ni exponerse al peligro siendo tantos los enemigos, y que era menester abandonar el país: el de sus reyes era que se había de pelear a favor de la patria contra los que venían. Grande era el empeño; ni el vulgo quería obedecer a sus reyes, ni éstos ceder a aquél: el vulgo estaba obstinado en que sin disparar un dardo era preciso marchar cediendo la tierra a los que venían a invadirla: los reyes continuaban en su resolución de que mejor era morir en su patria con las armas en la mano, que acompañar en la huida a la muchedumbre, confirmándose en su opinión al comparar los muchos bienes que en la patria lograban con los muchos males que huyendo de ella conocían habían de salirles al encuentro. El éxito de la discordia fue que, obstinándose los dos partidos en su parecer y viéndose igualas en número, vinieron a las manos entre sí. El cuerpo de la nación de los cimerios enterró a los que de ambos partidos murieron en la refriega cerca del río Tiras, donde ti presente se deja ver todavía su sepultura, y una vez enterrados salióse de su tierra.

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