Hallábanse entretanto los sitiados tan acosados del hambre, que habían llegado ya al extremo de cocer para su alimento las correas de sus camillas y lechos; pero como poco después aun este sustento les faltase, los persas, aprovechándose de las tinieblas de la noche, salieron ocultamente de la ciudad con Artaictes y Eobazo, descolgándose por las espaldas de la fortaleza, que era el puesto menos guardado y cubierto por los enemigos. Apenas amaneció cuando los naturales del Quersoneso, dando desde las torres aviso a los atenienses de lo sucedido, les abrieron las puertas de la ciudad, con lo cual la mayor parte de los sitiadores siguió los alcances de los que huían, y los demás se apoderaron de la plaza.