Al oír Mardonio que de noche los griegos se habían escapado, y al ver por sus ojos abandonado el campo, llama ante sí a Tórax el lariseo, juntamente con sus dos hermanos, Eurípilo y Trasideio, y venidos les habla en estos términos: —«¿Qué me decís ahora, hijos de Alevas, viendo como veis ese campo desamparado? ¿No ibais diciendo vosotros, moradores de estas vecindades, que los lacedemonios en campo de batalla nunca vuelven las espaldas, y que son los primeros hombres del mundo en el arte de la guerra? Pues vosotros les visteis poco ha empeñados en querer trocar su puesto por el de los atenienses, y todos ahora vemos cómo esta noche pasada se han escapado huyendo. He aquí que con esto acaban de darnos una prueba evidente de que cuando se trata de venir a las manos con tropa como la nuestra, la mejor realmente del universo, nada son aun entre los griegos, soldados de perspectiva tanto unos como otros. Bien veo ser razón que yo con vosotros disimule y os perdone los elogios que hacíais de esa gente, de cuyo valor teníais alguna prueba, no sabiendo por experiencia lo que era el cuerpo de mis persas. Lo que me causaba mucha admiración era ver que Artabazo temiese tanto a esos lacedemonios, que lleno de terror diese un voto de tanto abatimiento y cobardía, como fue el de levantar los reales y retirarnos a Tebas, donde en breve nos hubiéramos visto sitiados. De este voto daré yo cuenta al rey a su tiempo y lugar. Lo que ahora nos importa es el que esos griegos no se nos escapen a su salvo; es menester seguirles el alcance, hasta que cogidos venguemos en ellos todos los insultos y daños que a los persas tienen hechos.»