LXXXV

Repartida ya la presa cogida en Platea, acudieron los griegos a dar sepultura a los muertos, cada pueblo de por sí a sus compatricios. Los lacedemonios, abiertas tres tumbas, enterraron en una a los sacerdotes separados de los que no lo habían sido, y en el número de ellos entraron los sacerdotes Posidonio, Filocion, Amonfareto y Calícrates; en la otra sepultaron a todos los demás espartanos; y en la tercera a los ilotas, siendo este mismo el orden de sus sepulturas. Los de Tegea juntaron en un sepulcro a todos sus muertos; los de Atenas en otro aparto cubrieron asimismo a los suyos; y los de Egina y Flimito tomaron igual providencia con sus difuntos, que la caballería beocia había degollado. Así que los sepulcros de dichas ciudades eran en realidad sepulcros llenos de cadáveres, al paso que todos los demás monumentos que en Platea al presente se dejan ver, no son más que unos túmulos vacíos, que erigieron allí, según oigo decir, las otras ciudades griegas, corriéndose de que se dijera no haberse hallado sus respectivas tropas en aquella batalla. Cierto túmulo se muestra allí sin duda que llaman el de los eginetas, del cual oí contar que diez años después de la acción, a instancia de los de Egina, fue levantado por un agente suyo llamado Gleades, hijo de Autodico y natural de Platea.

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