Desde entonces no cesaban los sitiadores de pasarlo todo a sangre y fuego; de lo cual, movido Limegenides, hizo a sus tebanos este discurso: —«En vista de que esos griegos que ahí nos cercan, caros compatricios, se muestran empeñados en continuar el asedio hasta que tomen por fuerza la ciudad, o que vosotros de grado nos entreguéis y pongáis en sus manos; sabed, que respecto a nosotros, accedemos a librar de tanto daño a la Beocia, e impedir que su territorio sufra más tiempo tantas hostilidades. No más resistencia, paisanos; si ellos para sacar alguna contribución se valen del pretexto de pedir nuestras personas, démosles la suma que pidan tomándola del erario común, puesto que no fuimos nosotros en particular, sino el común de Tebas quien siguió a los medos. Pero si nos sitian queriendo en realidad apoderarse de nuestras personas, gustosos convenimos nosotros en presentarnos a los griegos para debatir con ellos nuestra causa.» Pareció a los tebanos que decía muy bien Limegenides y que hablaba muy al caso, y luego despacharon a Pausanias un heraldo, para participar lo que ellos convenían en entregar los sujetos que les pedía.