El día mismo en que con derrota completa de los persas se peleó en Platea, acaeció a los mismos otro destrozo en Micale, lugar de la Jonia: porque como los griegos, que iban en la armada naval al mando del lacedemonio Leotiquides, estuvieran de fijo apostados en Delos, vinieron a ellos desde Samos unos embajadores, enviados por los de aquella isla, pero a hurto así de los persas como del señor de ella, Teomestor, hijo de Androdamanto, a quien éstos habían dado el señorío de Samos. Los enviados, que eran Lampón, hijo de Trasicles, Atenágoras, de Arquestrátides, y Hegesístrato, de Aristágoras, se presentaron a la junta de los comandantes griegos, a quienes en nombre de todos hizo Hegesístrato un largo y muy limado razonamiento en esta sustancia: —Que los jonios sólo con acercárseles allí los griegos se sublevarían contra los persas, sin que los bárbaros se atrevieran a hacerles frente, y tanto mejor si lo intentaban, pues con esto les pondrían por sí mismos en las manos una presa tan grande, que no sería fácil hallar otra igual. Después de estas razones, acudiendo a las súplicas, rogábales que por los dioses comunes quisieran los griegos librarles de la esclavitud a ellos, también griegos, lo cual les sería facilísimo de lograr, porque las naves de los bárbaros, de suyo muy pesadas, no eran capaces de sostener el combate. Concluían, por fin, que si temían engaño o mala fe en quererles conducir contra el enemigo, prontos estaban allí en acompañarles como rehenes en sus naves.