Estando en el mayor calor de la súplica el enviado samio, le salió Leotiquides con una pregunta no esperada, y le interrumpió la arenga, ora fuese para procurarse un buen agüero con la respuesta, ora porque así lo ordenase el cielo sin pretenderlo Leotiquides. —«Hombre, le pregunta, ¿cómo te llamas y cuál es tu gracia, amigo samio? Llámome, respondió él, Hegesístrato. —Y yo, replicó luego el lacedemonio, admito ese buen agüero, con que el cielo me convidó, oh caro samio, en ese tu nombre de conductor del ejército. Oblígate tú desde luego a navegar con nosotros y a estipular juntamente con tus compañeros, bajo la fe del juramento, que los samios están prontos a ser nuestros aliados.»