CXXV

La familia de los Alcmeónidas, si bien desde mucho tiempo atrás era ya distinguida en Atenas, se hizo notablemente más ilustre en la persona de Alcmeon, no menos que en la de Megacles. El caso fue, que cuando los lidios de parte de Creso fueron enviados de Sardes a Delfos para consultar aquel oráculo, no sólo les sirvió en cuanto pudo Alcmeon, hijo de Megacles, sino que se esmeró particularmente en agasajarles. Informado Creso por los lidios que habían hecho aquella romería de cuán bien por su respeto había obrado con ellos Alcmeon, convidóle a que viniera a Sardes, y llegado, le ofreció de regalo tanto oro cuanto de una vez pudiese cargar y llevar encima. Para poderse aprovechar mejor de lo grandioso de la oferta, fue Alcmeon a disfrutarla en este traje: púsose una gran túnica, cuyo seno hizo que prestase mucho dejándolo bien ancho, calzóse unos coturnos los más holgados y capaces que hallar pudo, y así vestido fuese al tesoro real adonde se la conducía. Lo primero que hizo allí fue dejarse caer encima de un montón de oro en polvo, y henchir hasta las pantorrillas aquellos sus borceguíes de cuanto oro en ellos cupo. Llenó después de oro todo el seno; empolvóse con oro a maravilla todo el cabello de su cabeza; llenóse de oro asimismo toda la boca: cargado así de oro iba saliendo del erario, pudiendo apenas arrastrar los coturnos, pareciéndose a cualquier otra cosa menos a un hombre, hinchados extremadamente los mofletes y hecho todo él un cubo. Al verle así Creso no pudo contener la risa, y no sólo le dio todo el oro que consigo llevaba, sino que le hizo otros presentes de no menor cuantía, con lo cual quedó muy rica aquella casa, y el mismo Alcmeon, pudiendo criar sus tiros para las cuadrigas, fue vencedor con ellos en los juegos Olímpicos.

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