CXXVII

De la Italia concurrió el sibarita Smindirides, hijo de Hipócrates, que había llegado a ser el hombre más sobresaliente de todos en las delicias del lujo, en un tiempo en que Sibaris florecía sobremanera; concurrió asimismo el sirita Damas, hijo de Samiris, el que llamaban el sabio: ambos vinieron de la Italia. Del golfo Adriático, es decir, del seno Jonio, se presentó Anfimnesto, hijo de Epistrofo, natural de Epidamno. Vino también un Etolo, por nombre Males, hermano del famoso Titormo, que superó en valentía a todos los griegos, y vivió retirado en un rincón de la Eolia huyendo del comercio de los hombres. Del Peloponeso llegó Leocedes, hijo de Fidon, tirano de los argivos, quien descendía de aquel Fidon ordenador de los pesos y medidas de los peloponesios, hombre el más violento e inicuo de todos los griegos, que habiendo quitado a los Eleos la presidencia en los juegos Olímpicos, se alzó con el empleo de Agonoteta (o prefecto de aquel certamen). vino de Trapezunte el árcade Amianto, hijo de Licurgo; vino asimismo Lafanes Azeno, natural de la ciudad de Peo, hijo de aquel Euforion de quien es fama en la Arcadia que recibió en su casa a los Dioscuros Castor y Pólux, y desde aquel tiempo solía hospedar a todo hombre que se le presentase: vino por fin el eleo Onomasto, hijo de Ageo; todos los cuales vinieron del mismo Peloponeso. De Atenas fueron a la pretensión Megacles, hijo de aquel Alcmeon que había hecho la visita a Creso, y otro llamado Hipóclides, hijo de Tisandro, el sujeto más rico y gallardo de todos los atenienses. De Eretria, ciudad entonces floreciente, concurrió Lisanias, el único que se presentó venido de Eubea. De Tesalia acudió Diactórides el Craconio, de la familia de los Scópadas; y de los Molosos, vino Alcon: estos fueron los aspirantes a la boda.

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