IX

El número de las naves bárbaras era de 600, y luego que aparecieron en las costas de Mileto, al oír los generales persas, que tenían allí cerca reunido el ejército de tierra, el gran número de galeras en la armada jonia, se llenaron de pavor y espanto, desconfiando de poder salir victoriosos contra ellas, y sumamente temerosos de que no siendo superiores en el mar no podían llegar a rendir a Mileto, y de que no rindiendo la plaza se verían en peligro de ser por ello castigados por orden de Darío. Llevados, pues, de estos temores, determinaron juntar los señores de la Jonia que echados de sus respectivos dominios por el Milesio Aristágoras, y refugiados antes a los medos, venían entonces en la armada contra Mileto, y juntos todos los que en ella se hallaron, les hablaron así los generales persas: —«Este el tiempo, señores jonios, en que acredite cada uno de vosotros su fidelidad al soberano, y su amor a la real casa: es menester que cada cual por su parte procure apartar a sus vasallos del cuerpo y liga de los conjurados en esta guerra. Para esto debéis ante todo ganarles con buenas razones, prometiéndoles que por su rebelión no tienen que temer castigo ni disgusto alguno, y asegurándoles que ni entregaremos al ruego sus templos, ni al saco sus cosas profanas y particulares, ni los gravaremos con nuevos pechos diferentes de los que ahora tienen. Pero si viereis que no quieren separarse de los rebeldes, empeñados de todo punto en entrar a la parte en la batalla, en tal caso les amenazareis en nuestro nombre, pintándoles lo que se les espera de nuestra ira y venganza; que cogidos prisioneros de guerra, serán vendidos por esclavos que sus hijos serán hechos eunucos, sus doncellas transportadas a Bactra, y su país entregado a otros habitantes.»

Share on Twitter Share on Facebook