LXX

Demarato, oído lo que quería saber, preparó lo necesario para el viaje que meditaba. Esparce la voz que va a Delfos para consultar al oráculo y encaminase en derechura hacia Hélida. Los lacedemonios, recelándose de que pretendía huírseles, le siguieron los alcances; pero llegados a Hélida, hallaron que se les había adelantado hacia Zacinto. Pasan luego allá y pretenden echarse sobre Demarato, y en efecto, le quitan todos sus criados; pero como los Zacintios se opusiesen a aquella prisión no queriendo entregar al fugitivo, pasó éste al Asia y se refugió a la corte del rey Darío, quien acogiéndole con real magnificencia, le señaló estados, dándole algunas ciudades para su dominio. Tal fue el motivo y la forma de la retirada que hizo al Asia Demarato y tal la buena acogida que la suerte le procuró: varón ilustre entre los lacedemonios, así por sus muchos hechos y dichos memorables, como en especial por haber alcanzado la palma en la carrera de las carrozas de Olimpia; gloria que entre todos los reyes de Esparta él solo había logrado.

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