Vuelto allí de su expedición, citáronle sus enemigos a comparecer delante de los Eforos, acusándole de soborno por no haber tomado la ciudad de Argos, pudiendo con toda seguridad hacerlo; a quienes respondió así Cleomenes, no sé si mintiendo o si diciendo verdad: que una vez apoderado del templo de Argos, habíale parecido quedar ya verificado el oráculo de Apolo, y que por tanto había juzgado no deber hacer la tentativa de rendir la misma ciudad de Argos, hasta que de nuevo hiciera la prueba si el dios permitiría que la tomase, o si antes bien se opondría a ello; que como a este fin sacrificase en el Hereo con agüeros propicios, vio que del pecho del ídolo de Juno salía una llama, prodigio que le hizo pensar no estaba reservada para él la toma de la plaza de Argos, porque si la llama de fuego, en vez de salir del pecho de la estatua, le hubiera salido de la cabeza, hubiera creído en tal caso poder rendir a fuerza la ciudad; pero saliendo del pecho, entendió que estaba ya hecho allí cuanto Dios quería que se hiciera. Lo cierto es que esta apología pareció a los espartanos tan justa y razonable, que en fuerza de ella la mayor parte de votos dio por absuelto a Cleomenes.