Entretanto que esto deliberaban, envió allá Jerjes un espía de a caballo, para que viese cuántos eran los griegos y lo que allí hacían, pues había ya oído decir, estando aún en Tesalia, que se había juntado en aquel sitio un pequeño cuerpo de tropas, cuyos jefes eran los lacedemonios, teniendo al frente a Leonidas, príncipe de la familia de los Heráclidas. Después que estuvo el jinete cerca del campo, si bien no pudo observar todo el campamento, no siéndole posible alcanzar con los ojos a los acampaban detrás de la muralla, que reedificada guardaban con su guarnición, pudo muy bien observar con todo los que estaban delante de ella en la parte exterior, cuyas armas yacían allí tendidas por orden. Quiso la fortuna que fuesen los lacedemonios a quienes tocase entonces por turno estar allí apostados. Vio, pues, que unos se entretenían en los ejercicios gimnásticos y que otros se ocupaban en peinar y componer el pelo: mirando aquello el espía, quedó maravillado haciéndose cargo de cuántos eran: certificóse bien de todo y dio la vuelta con mucha paz y quietud, no habiendo nadie que le siguiese, ni que hiciese caso ninguno de él. A su vuelta dio cuenta a Jerjes de cuanto había observado.