Acabada ya la reseña de las galeras, saltó Jerjes, de su nave e hizo comparecer a Demarato, hijo de Ariston, que le acompañaba en la expedición contra la Grecia, y puesto en su presencia, hablóle en estos términos: —«Mucho gusto tendría ahora, Demarato, en que me respondieras a una pregunta que hacerte quiero. A lo que tú mismo dices y a lo que me aseguran los griegos que se han presentado en mi corte, tú eres griego y natural de una ciudad que ni es la menor, ni la menos poderosa de la Grecia. Quiero, pues, que me digas si tendrán valor los griegos para venir a las manos conmigo. Dígolo porque estoy persuadido de que ni todos los griegos, ni todos los demás hombres del Occidente, por más que se juntaran en un ejército, serían capaces de hacerme frente en campo de batalla, no yendo acordes entre ellos mismos. Mucha complacencia tendré, pues, en oír sobre esto tu parecer.» Esta fue la pregunta de Jerjes, y tal la respuesta de Demarato: —«Señor, le dice: ¿queréis que os diga la verdad desnuda, o que la disfrace con la lisonja?» A lo que respondió Jerjes mandándole decir la verdad asegurándole que por ella nada perdería de su gracia.