Con esta seguridad en la fe de Jerjes, continuó Demarato: Pues que mandáis, señor, que hable francamente y os diga la verdad, yo os la diré de manera que no daré lugar a que después de esto me cojáis en mentira. La Grecia, señor, es una nación criada siempre sin lujo y con pobreza, pero hecha a la virtud, fruto de la sabiduría, y de la severa disciplina. Con la misma virtud que practica remedia su pobreza y se defiende de la servidumbre. Tal elogio debo darlo a todos los griegos que moran cerca de la región y países dóricos; pero no hablaré ahora de todos ellos, sino solamente de los lacedemonios. Y en primer lugar digo que de ningún modo cabe que den oídos a nuestras pretensiones, encaminadas a quitar la libertad a la Grecia, de suerte que aunque todos los demás griegos os presten vasallaje, ellos solos saldrán a recibiros con las armas en la mano. Ni os toméis el trabajo de preguntarme acerca del número de ellos para saliros al encuentro, porque, tened por sabido que si constare su ejército de mil hombres, con mil os darán la batalla; si menos fueren, con menos os la darán, y si fueren más, serán más los que la presenten.»