CVII

De todos los gobernadores que fueron echados, de aquellas plazas por los griegos, a ninguno tuvo Jerjes por oficial de mérito sino solamente a Boges el de Eona. A éste jamás acababa de celebrarle, y en atención a sus méritos honró muy particularmente a los hijos que de él quedaron entre los persas. Y en efecto, bien mereció Boges tan grandes elogios, porque viéndose cercado por los atenienses y por Cimon, hijo de Milcíades, aunque tuvo en su mano el salir capitulando de la plaza y restituirse salvo al Asia, no quiso hacerlo, porque al rey no le pareciese que con villanía había comprado su libertad y vida, sino que aguantó el sitio hasta la extremidad. Y cuando vio que no tenía ya más víveres en la plaza, lo que hizo fue degollar a sus hijos, a su mujer, a sus concubinas y a toda la demás familia, y muertos les pegó fuego: después cuanto oro y cuanta plata había en la ciudad fue esparciéndolo todo desde el muro en las corrientes del Estrimón, y concluido esto, arrojóse al cabo a sí mismo en una hoguera. Por tales hazañas es aun hoy día muy celebrado entre los persas.

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