Enviando, pues, a Delfos sus diputados religiosos, querían saber lo que el oráculo les prevendría. Practicadas allí todas las ceremonias legítimas cerca del templo, lo mismo fue entrar con la súplica en el santuario que vaticinarles lo siguiente la Pitia, por nombre Aristónica: —«¡Infeliz! ¿qué es lo que pides con tus súplicas? Deja tu paterna casa, deja la cumbre suma de tu redondo alcázar. No quedará segura tu cabeza, no tu cuerpo, no la mano, no la ultima planta, nada resta del medio del pecho: todo caído lo abrasa voraz la asiria llama, todo lo tala ligero el sirio carro de Marte; mucha almena cae, y no sola la tuya propia; devora ya la furia de la llama mucho templo, que miro bañado al presente de sudor líquido y trémulo de miedo; corre de la cúpula la negra sangre de forzosos azares vaticinadora. Ea, fuera, digo, de mi cámara; salid en mal hora».