Respondió Jerjes por su parte: —«No puede negarse, Artabano, que hablas en todo con juicio, si bien no debe temerse todo lo que puede suceder, ni contar igualmente con ello, pues el que en la deliberación de todos los casos que se van ofreciendo quisiese siempre atenerse a cualquier razón en contrario, ese tal jamás haría cosa da provecho. Vale más que, lleno siempre de ánimo, se exponga uno a que no lo salgan bien la mitad de sus empresas, que no el que lleno siempre de miedo y sin emprender cosa jamás, no tenga mal éxito en nada. Aun hay más: que si uno porfía contra lo que otro dice y no da por su parte una razón convincente que asegure su parecer, éste no se expone menos a errar que su contrario, pues corren los dos parejos en aquello. Soy de opinión que ningún hombre mortal es capaz de dar un expediente que nos asegure de lo que ha de suceder. En suma, la fortuna por lo común se declara a favor de quien se expone a la empresa, y no de quien en todo pone reparos y a nada se atreve. ¿Ves a qué punto de poder ha llegado felizmente el imperio de los persas? Pues dígote que si los reyes mis predecesores hubieran pensado como tú, o al menos se hubieran dejado regir por unos consejeros de tu mismo, humor, jamás vieran el estado tan floreciente y poderoso. Pero ellos se arrojaron a los peligros, y su osadía engrandeció el imperio; que con grandes peligros se acaban las grandes empresas. Emulo yo, pues, de sus proezas, emprendo la expedición en la mejor estación del año; yo, conquistada toda la Europa, daré la vuelta sin haber experimentado en parte alguna los rigores del hambre, sin haber sentido desgracia ni disgusto alguno. Nosotros, por una parte, llevamos mucha provisión de bastimentos, y por otra tendremos a nuestra disposición el trigo de las provincias y naciones adonde entraremos; que por cierto no vamos a guerrear contra unos pueblos nómadas, sino contra pueblos labradores.»