Ejecutada así la sentencia, iba desfilando por allí la armada. Marchaban delante los bagajeros con todas las recuas y bestias de carga; detrás de estos venían sin separación alguna las brigadas de todas las naciones, las que componían más de una mitad del ejército. A cierta distancia, puesto que no podían acercarse al rey dichas brigadas, venían delante del soberano mil soldados de a caballo, la flor de los persas: seguíanles mil alabarderos, gente asimismo la más gallarda del ejército, que llevaban las lanzas con la punta hacia tierra. Luego se veían diez caballos muy ricamente adornados, a los que llaman los sagrados Niseos; y la causa de ser así llamados es porque en la Media hay una llanura conocida por Nisa, de la cual toman el nombre los grandes caballos que en ella se crían. Inmediato a estos diez caballos se dejaba ver el sagrado carro de Júpiter, tirado de ocho blancos caballos, en pos de los cuales venía a pie el cochero con las riendas en la mano, pues ningún hombre mortal puede subir sobre aquel trono sacro. Venía en seguida el mismo Jerjes sentado en su carroza tirada de caballos Niseos, a cuyo lado iba a pié el cochero, el cual era un hijo de Otanes, persa principal, llamado Patirampes.