XXXIX

Mucho fue lo que se irritó Jerjes con la súplica, y le respondió en estos términos: —«¿Cómo tú, hombre ruin, viendo que yo en persona hago esta jornada contra la Grecia, que conduzco a mis hermanos, a mis familiares y amigos, te has atrevido a hacer mención de ese tu hijo que, siendo mi esclavo, debería en ella acompañarme con toda su familia y aun su misma esposa? Quiero que sepas, si lo ignorabas todavía, que es menester mirar cómo se habla, pues en los oídos mismos reside el alma, la cual, cuando se habla bien, da parte de su gusto a todo el cuerpo, y cuando mal, se entumece e irrita. Al mostrarme tú liberal, hablando como debías, no te pudiste alabar de haber sido más bizarro de palabra de lo que tu soberano fue magnífico por obra. Mas ahora que te me presentas con una súplica desvergonzada, si bien no llevarás todo tu merecido, no dejarás con todo de pagar parte de tu castigo. Agradécelo a los servicios con que de huéspedes nos trataste, que ellos son los que a ti y a cuatro de tus hijos os libran de mis manos: sólo te condeno a perder ese solo por quien muestras tanto cariño y predilección.» Acabada de dar esta respuesta, dio orden a los ejecutores ordinarios de los suplicios que fuesen al punto a buscar al hijo primogénito de Pitio, y hallado le partiesen por medio en dos partes, y luego pusiesen una mitad del cuerpo en el camino público a mano derecha, y la otra a mano izquierda, y que entre ellas pasase el ejército.

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