Por más que en esto obrase Temístocles con doble intención, dejáronse con todo llevar de su discurso los atenienses, prontos a deferir en todo a su dictamen, habiéndole tenido desde el principio por hombre entendido, y experimentádole después por político hábil y cuerdo en sus consejos. Disuadidos ya los suyos, sin pérdida de tiempo envió en un batel a ciertos hombres, de quienes se prometía que sabrían callar en medio de los mayores tormentos, para que de su parte fuesen a decir al rey lo que les encargaba, uno de los cuales era por la segunda vez aquel su doméstico Sicino. Llegados al Ática, quedáronse los otros en su barco, y saltando a tierra Sicino, dijo así hablando con el rey: —«Vengo enviado de Temístocles, hijo de Neocles, general de los atenienses, y sujeto el más cumplido y cuerdo que se halla entre los de aquella liga, para daros una embajada en estos términos: «El ateniense Temístocles, con la mira de haceros un buen servicio, ha logrado detener a los griegos para que no persigan a vuestras escuadras como intentaban hacerlo, ni os corten el puente de barcas en el Helesponto. Ahora vos podréis ya retiraos sin precipitación alguna.» Dado este recado, volviéronse por el mismo camino.