Artabazo, dueño ya de Olinto, pensó en apretar con más ahínco a Potidea, y andando el sitio con más viveza, Timoxeno, comandante de los Scioneos, concertó entregársela a traición. De qué medios se valiese al principio de esta inteligencia no puedo decirlo, porque nadie veo que lo diga: el éxito de ella fue el siguiente: Siempre que querían darse por escrito algún aviso, o Timoxeno a Artabazo, o bien éste a Timoxeno, lo que hacían era envolver la carta en la cola de la saeta junto a su muesca, pero de manera que viniese a formar como las alas de la misma, y así la disparaban al puesto entre ellos convenido. Pero por este medio mismo se descubrió que andaba Timoxeno en la traición de Potidea; porque como disparase Artabazo su saeta hacia el sitio consabido, y no acertase a ponerla en él, hirió en el hombro a un ciudadano de Potidea. Apenas estuvo herido, cuando corrieron muchos hacia él y le rodearon, como suele suceder en la guerra, los cuales, cogida la saeta, como reparasen en la carta envuelta, fueron luego a presentarla a los comandantes. Hallábanse en la plaza las tropas auxiliares de los demás paleneos, y cuando aquellos jefes, leída la carta, vieron quién era el autor de la traición, parecióles, en atención a la ciudad de los escioneos, que no convenía públicamente complicar a Timoxeno en aquella perfidia, para que en lo yo venidero no quedase a los escioneos la mancha perpetua de traidores. Tal fue el extraño modo de averiguar al traidor.