Leyó este, pues, lo que los oráculos le decían, y de resultas envió por embajador a Atenas al rey de Macedonia Alejandro, hijo de Amintas. Dos eran los motivos que a este nombramiento le inducían: uno el parentesco que tenían los persas con Alejandro, con cuya hermana Gigea, hija asimismo de Amintas, había casado un señor persa llamado Bubares, y tenía en ella un hijo llamado Amintas, con el nombre de su abuelo materno, quien habiendo recibido del rey el feudo de Alabanda, ciudad grande de la Frigia, poseía en Asia sus estados: otro motivo de aquella elección había sido el saber Mardonio que por tener Alejandro contraído con los atenienses un tratado de amistad y hospedaje, era su buen amigo y favorecedor. Por este medio pensó Mardonio que le sería más hacedero el atraer a su partido a los atenienses, cosa que mucho deseaba, oyendo decir por una parte cuán populosa era Atenas y cuán valiente en la guerra, y constándole muy bien por otra que los atenienses habían sido los que por mar habían muy particularmente destrozado la armada persiana. Esperaba, pues, que bien fácil lo sería, como ellos se le unieran, el ser por mar superior a la Grecia, cual sin duda en tal caso lo fuera, y no dudando, por otro lado, de que sus fuerzas por tierra eran ya por sí solas mucho mayores; de donde concluía Mardonio que su ejército con los nuevos aliados vendría a superar las fuerzas de los griegos: ni me parece fuera temerario el sospechar que esta era la prevención de los oráculos, quienes debían de aconsejarle que procurase aliarse con Atenas, y que por este motivo enviaba a esta ciudad su embajador.