Decir esto Sicino y volverles las espaldas, marchándose, fue uno mismo. Los bárbaros, dando luego crédito a lo que acababa de avisarles, tornaron dos medidas: la una hacer pasar muchos persas a la isleta Psitalea, situada entre Salamina y el continente; la otra dar orden, luego de llegada la media noche, que el ala de su armada por el lado de Poniente se alargase hasta rodear a Salamina, y que las naves apostadas cerca de Ceo y de Cinosura avanzasen tanto, que ocupasen todo el estrecho hasta la misma Muniquia. Con esta disposición de la armada pretendían que no pudiesen huírseles los griegos, sino que cogidos en Salamina pagasen la pena de los males y daños que les habían causado en las refriegas de Artemisio. Pero la razón que tuvieron en poner la guarnición de persas en la pequeña isla de Psitalea, fue porque, hallándose ésta en medio de aquel estrecho en que había de darse la batalla naval, era preciso que de sus resultas fueran a dar en aquella islita los náufragos y los destrozos de las naves. Querían, pues, tener allí tropa apostada, que salvase a los suyos y perdiese a los enemigos arrojados. Hacían con gran silencio estas prevenciones para no ser sentidos de sus contrarios, y en ellas trabajaron toda la noche sin tomar algún reposo.