Luego que los griegos tuvieron por verdad lo que los Tenios les decían, aprestáronse al punto para la función. Al rayar del alba llamaron a junta a las tropas de la escuadra: entre todos, el que mejor arengó la suya fue Temístocles, cuyo discurso se redujo a un paralelo entre los bienes y conveniencias de primer orden que caben en la naturaleza y condición humana, y las de segunda clase inferiores a las primeras; discurso que concluyó exhortándoles a escoger para ellos las mejores. Acabada la arenga, les mandó pasar a bordo. Embarcados ya, vino de Egina aquella galera que había ido por los Eacidas, y sin más esperar, adelantóse toda la armada griega.