LXXXVII

No estoy en realidad tan informado de los acontecimientos que pueda decir puntualmente de algunos particulares capitanes, ya sean de los bárbaros, ya de los griegos, cuánto se esforzó cada uno en la contienda. Sé tan sólo que Artemisia ejecutó una acción que la hizo aún más recomendable de lo que era ya para con el soberano, pues cuando la armada de éste se hallaba en mucho desorden y confusión, hallóse la galera de Artemisia muy perseguida por otra ateniense que le iba a los alcances. Viéndose ella en una apretura tal que no podía ya salvarse con la fuga, por cuanto su galera, hallándose puntualmente delante de los enemigos y la más próxima a ellos, encontraba a su frente con otras galeras amigas, determinóse a aventurar una acción que le salió oportuna y ventajosamente. Sucedió que al huir de la galera ática que le daba caza, topó con otra amiga de los Calcidenses, en que iba embarcado su rey Damasatimo, con quien, estando aun en el Helesponto, había tenido no sé qué pendencia. No me atrevo a definir si por esto la embistió entonces de propósito, o si fue una mera casualidad que se pusiese delante la dicha nave de los Calcidenses. Lo cierto es que con haberla acometido y echado a fondo, fueron dos las ventajas que para sí felizmente obtuvo: la una que como el capitán de la galera ática la viese arremeter contra otra nave de los bárbaros, persuadido de que o era una de las griegas la nave de Artemisia, o que desertando de la escuadra bárbara peleaba a favor de los griegos, volviendo la proa se echó sobre las otras galeras enemigas.

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