LXXXVIII

Logró Artemisia con esto una doble ventaja, escaparse del enemigo y no perecer en aquel encuentro; y la otra, que aun su mismo indigno proceder con la nave amiga le acarrease para con el propio Jerjes mucha crédito y estima, porque, según se dice, quiso la fortuna, que mirando el rey aquel combate, advirtiese que aquella, nave embestía contra otra, y que al mismo tiempo uno de los que tenía presentes le dijese: —«¿No veis, señor, cómo Artemisia combate y echa a fondo una galera enemiga?» Preguntó entonces el rey si era en efecto Artemisia la que acababa de hacer aquella proeza, y respondiéronle que no había duda en ello, pues conocían muy bien la insignia de su nave, y estaban por otra parte en la inteligencia que la que fue a pique era una de las enemigas. Y entre otras cosas que le procuró su buena suerte, como tengo ya dicho, no fue la menor el que de la nave calcidense ni un hombre sólo se salvara que pudiese acusarla ante el rey. Añaden que además de lo dicho, exclamó Jerjes: —«A mí los hombres se me vuelven mujeres, y las mujeres hoy se me hacen hombres.» Así cuentan por lo menos que habló el monarca.

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