XCIX

Llegado a Susa aquel primer aviso de que Jerjes había ya tomado a Atenas, causó tanta alegría en los persas que se habían allí quedado, que en señal de ella no sólo enramaron de arrayán todas las calles y las perfumaron con preciosos aromas, sino que la celebraron con sacrificios y regocijos particulares. Pero cuando les llegó el segundo aviso, fue tanta la perturbación, que rasgando todos sus vestidos, reventaban en un grito y llanto deshecho, echando la culpa de todo a Mardonio, no tanto por la pena que les causase la pérdida de la armada naval, cuanto por el miedo que tenían de perder a Jerjes; ni paró entre los persas este temor y público desconsuelo en todo el tiempo que corrió desde la mala noticia hasta el día mismo en que, vuelto Jerjes a su corte, los consoló con su presencia.

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