En medio de la confusión y trastorno que pasaba en Salamina, no dejó de obrar como quien era el ateniense Arístides, hijo de Lisimaco, aquel ilustre varón cuyo elogio poco antes hice como del mejor hombre del mundo; porque tomando consigo mucha parte de la infantería ateniense que estaba apostada en las costas de la isla de Salamina, y desembarcándola en la de Psitalea pasó a cuchillo cuanto persa había en dicha islita.