La batracomiomaquia

Al comenzar mi canto,

Ruego á las sacras Musas

Que dejen de Helicón el alto asiento

Para ceñirme en apacible coro.

Yo su divino aliento

Y de sus labios la dulzura imploro;

 Que sobre mis rodillas

Las tablas puse, y á contar me apresto

El gran tumulto y la mayor contienda

Que Marte pudo obrar, para que llegue

Á noticia de todos los mortales.

Canto la cruda guerra

Que á las ranas llevaron los ratones,

Emulando en valor y árduas acciones

Á los Gigantes que parió la Tierra.

De empresa tan sonada

Una edad á otra edad dejó informada

Y según desde lejos y fielmente

De los hombres se guarda en la memoria,

Tal fué el origen de tan grande historia.

 Su barba delicada

Un ratón sitibundo cierto día

En el vecino estanque sumergía.

Del peligro del gato ya seguro,

Con el fresco licor, copioso y puro

El ardor de su sed satisfacia.

 Por entre las flotantes

Y destejidas ovas, una rana

Que por sus cantos y variados tonos

Es del agua el amor y regocijo,

El rostro asoma; cércase á la orilla

Y dirige al ratón, que la oye atento,

Este grave y cortés razonamiento:

 «¡Hola! huésped amigo: ¿Tú quién eres?

Á esta margen, ¿de dónde eres venido?

Tus padres, ¿quiénes son? ¿dónde has nacido?

Háblame con verdad y con lisura,

Que si eres por ventura

De mi fiel amistad digno sujeto,

Por tus prendas y sangre señalada

Mi amistad te prometo

Trayéndote conmigo á mi morada.

Muchos aquí tendrás, bellos presentes:

Que yo soy Fisignato;

En este vasto imperio soy quien usa

Nombre y mando de rey,

Quien todas estas ranas acaudilla;

Mi padre fué Peléo, Hydromedusa

Dióme á luz del Erídano en la orilla.

Mas, ¡ay, noble extranjero!

Asombrado también te considero.

Eres asaz garrido,

De miembros bien fornido

Y en las lides serás osado y fiero.

Rey sin duda eres tú: rey me pareces

Que el aureo cetro empuñas arrogante.

Rompe el silencio pues: dime al instante

Á qué ilustre familia perteneces.»

 «Extraña es la pregunta»

El huésped le responde.

«¿Mi origen tú no sabes

Siendo de todo el mundo tan sabido?

Por dioses y por hombres conocido

Y por las mismas voladoras aves.

Sijárpas es mi nombre; el generoso

Trojártas es mi padre;

Pernotracto, monarca poderoso,

Engendró á Licomyl, y ésta es mi madre.

En tugurio nacido

Noble, bien proveído,

Yo vivo en el regalo y la abundancia;

Con el higo, la nuez y otros melindres

Acariciaron mi dichosa infancia.

Mas ¿posible será que á entrambos una

La amistad con sus lazos fraternales,

Cuando naturaleza

Hános criado en todo desiguales?

Mientras vives gozoso

En las aguas, tu plácido elemento,

Yo comparto dichoso

Con el hombre, la casa y el sustento.

Mira: pan exquisito

Redonda cesta ofrece á mi apetito.

Nunca á mis linces ojos

El hígado se esconde

De sus blancas telillas rodeado,

Ni falta en mi despensa

Queso recién traído de la prensa,

De suavísima leche fabricado.

De pernil con tajadas sustanciosas

Yo alimento mi vientre cada día,

Y con tortas sabrosas

Bien cubiertas de miel y de alegría.

Y en mis armarios sobran

Las dulces confituras

Que adornan los banquetes celestiales,

Y aquellas tan buscadas

Viandas regaladas

Que comen acá bajo los mortales,

Con varios condimentos sazonadas.

La guerra es mi placer; nunca medroso

Esquivé yo la lid: que en percibiendo

El ruido de las armas, furibundo

Parto, y con mis amigos me confundo,

En las primeras filas combatiendo.

Y aunque es de gran poder y gran fachada,

Tampoco al hombre temo.

Al irme á descansar, en el extremo

De un dedillo del pie le clavo el diente;

Pero tan suavemente

Que pasa aquel roer inadvertido:

Yo prosigo á mi techo,

Y él prosigue en su lecho,

Durmiendo á pierna suelta, bien dormido.

No negaré que el cepo

Háme dado algún susto,

Y algún grave disgusto:

Ese cepo maldito

Donde en celada están hados traidores

Y que ha costado ya tantos clamores.

El gabilán y el gato

Miedo también me infuden:

El gato sobre todo, animal fiero,

Que al verme penetrar en mi guarida,

Asáltame, y no aparta ya en su vida

El ojo y la intención del agujero.

Males aquestos son; pero ni coles,

Ni rábanos yo como por fortuna;

No probé las acelgas en mi vida

Ni calabaza ni apio: desabrida

Y triste provisión de tu laguna.»

 «Á deshora te engríes»

Responde sonriendo Fisignato,

«Y ensalzas la riqueza

Y grande varidad de tu alimento;

Pues sirve á nuestro vientre de sustento

Cuanto extraño manjar naturaleza

En el agua y la tierra ha producido:

Que dió á las ranas el Saturnio Jove

En el uno vivir y otro elemento

Entre ambos nuestro albergue compartido.

¿Quieres verlo por tí? bien fácil cosa;

Á mi estancia real sobre mis hombros

Vendrás á tu placer, yo te lo fío;

Más guarte: por prudencia

Trata de asirte bien al cuerpo mío

Y no pongas á riesgo tu existencia.»

Volviéndose la rana, así decía

Al huésped, y su espalda le ofrecía.

 Salta con fácil salto

El ratón atrevido,

Y logra acomodarse,

Quedando, para más asegurarse,

Al tierno cuello de la rana asido.

¡Que alegre va Sijárpas

En el primer momento,

Gozando aquel tan grato

Nadar de Fisignato,

Sin zozobra, de todo miedo exento!

En gentil ademán así costea

La laguna, y las márgenes hermosas

Disfruta, y con las vistas deliciosas

De los vecinos puertos se recrea.

Mas ¡ay! que de repente

Resbalarse, mojarse, hundirse siente,

Y alterado, afligido,

Se le saltan las lágrimas del miedo,

De su error, aunque tarde, arrepentido.

Sus cabellos arranca;

Con sus pies á la rana el vientre oprime,

Y en aquél su naufragio desusado,

Tiémblale el corazón atribulado,

Y ansioso de volver á tierra, gime:

Gime y su cola extiende,

Misero imaginando

En tan dura ocasión y lance extremo,

Si su cola podrá servir de remo.

Inútil todo arbitrio contemplando,

Á los supremos dioses importuna,

Rogándoles con llanto y hondo ruego,

Que le dejen salir de la laguna.

Pero en las aguas sin cesar se hundía,

Y doblados su lloro y sus lamentos,

En su amarga aflicción, estos acentos

Bien claros de su boca despedía.

«¡Ay, cuanto más segura,

Europa, la indiscreta

Burlada ninfa, respiraba, cuando

El Toro por la mar ancha nadando,

La carga de su amor condujo á Creta!

Y yo por esta rana conducido,

Que ya á mi peso cede,

Que apenas ¡ay! sacar del agua puede

El amarillo cuerpo desvalido.»

 Una grande culebra

Sobre las aguas súbito aparece

Con la garganta aterradora erguida.

Sijárpas se estremece;

Se asusta Fisignato, y escapando

Con rápida, no vista zambullida,

En lo hondo, lo más hondo se guarece.

Así pudo salvarse,y ni siquiera

Pensó que el noble huésped que traía,

Sin amparo en las aguas moriría.

 De espaldas el ratón cayó tan luego

Como escapó la rana, y rechinando

Los dientes con chirrido formidable,

Y las crispadas manos agitando,

Batalla en aquel piélago insondable,

Y ciego entre sus ondas se revuelve:

Ora á flor de agua calcitrando sube;

Ora en fácil descenso al hondo vuelve.

No hay remedio á su mal: que ya empapada

Y empapándose más la piel, á hundirse

Tira el enorme peso, y al cuitado

Lleva hacia lo profundo; más pasada

Aquella angustia y confusión primera,

En posición supina sube y fuera

Sin arbitrio ni fuerzas sobrenada.

Y en su triste agonía,

Con débil y honda voz así decía:

«En vano tú pretendes

Ocultarte á los dioses,

Habiendo un negro crimen consumado.

Á un náufrago infelice de tus hombros,

Cual de insensible roca, has despeñado.

No esperabas vencerme en la ribera

Al salto, al pugilato y la carrera:

Por eso, fementido,

Al lago me has traido

Á que en sus aguas sin consuelo muera.

Mas ¡ay! que en tí del Jove omnipotente

El ojo vengador está clavado.

En armas vendrá todo el pueblo mío;

Pronto á sus golpes morirás, impío,

Y de tu crimen quedaré vengado.»

Habló de aquesta suerte,

Y despidió el suspiro de la muerte.

 El trágico suceso que pasaba

En el funesto lago, contemplaba

El buen Licopinante

Oculto entre las hierbas de la orilla.

Tómale un gran pesar,y chilla, chilla,

Y así dando chillidos, corre y lleva

Á su pueblo la triste y fatal nueva.

Sus ayes por el viento derramados,

De hondo despecho á los ratones llenan;

Y en ira levantados,

Y movidos de rabia vengadora,

Por voz de pregoneros luego ordenan

Que todos, al quebrar la nueva aurora,

Acudan al palacio de Trojártas

Padre del buen Sijárpas sin ventura:

De aquel cuerpo sin vida,

Que ya no está do estaba;

Pues las aguas con fuerza no sentida

Del verdín de la márgen lo apartaron

Y allá al medio del ponto lo llevaron.

Y el bando se cumplió: que apenas vieron

La luz de la mañana en el Oriente,

Con noble afán y paso diligente

Al palacio real todos corrieron.

Y en medio el gran concurso,

Y del hondo silencio, el infelice

Soberano el primero se levanta,

Y con voz que se anuda en su garganta,

Y el corazón doliente así les dice:

«Aun cuando de la parte de las ranas

Un gravísimo daño, sin ejemplo,

Á mí solo se infiere ¡oh mis amados

Á todos os contemplo

En mi infortunio y mal interesados.

¡Ay! ¡cuán grande es mi mal! Tres hijos tuve

Y á todos tres perdí. Dejó su vida

El primero en los dientes de un ruin gato

Que fuera le asaltó de su manida.

De morir entre bárbaros tormentos

Al segundo llegó la fatal hora,

Y cayó en una trampa el desdichado;

Armadijo funesto que ha inventado

De los hombres la raza engañadora.

El tercer hijo mío

¿Quién ignorar podía

Que de su honesta madre era el encanto

Y mi consuelo; la esperanza mía?

Pues el rey de las ranas, con halago

Llevándolo á su casa, al inocente

¡Oh iniquidad! precipitó inclemente

En los hondos abismos de ese lago.

Corramos, pues, amigos: ¡sus! volemos;

Á vestir nuestras armas sin tardanza,

Y á las pérfidas ranas, en venganza,

La guerra y exterminio les llevemos.»

 Esta arenga del rey persuade á todos,

Y corriendo en tropel y armas buscando,

Nada á su acierto y su primor se iguala;

Es Marte quien los viste y acicala,

Tan grande empresa sobre sí tomando.

Por duras grebas y coturnos bellos,

En las robustas piernas todos ellos

Verdes cortezas de habas se ponían

Que en la noche anterior cenado habían,

Ciñéndose con arte y bien sujetos

De piel de gato y caña recios petos.

De aquellos broquelillos relevados

Que llevan en su centro las lucernas

Y son de duro hierro fabricados,

Cada cual, como pudo,

Forjó de pronto, y embrazó su escudo.

Fuertes, largas agujas

Empuñan con braveza,

Que les sirven de lanzas aceradas,

Y cubren con presteza

La frente y la cabeza

Con cáscaras de nueces por celadas.

Todos así alistados,

Salen precipitados

Por esta y la otra parte

Con bélica locura,

Luciendo su armadura,

Toda férrea armadura obra de Marte.

 Cuando la fama y el rumor confuso

De la guerra llegaron

Al estanque, las ranas temerosas

De las aguas salieron tumultosas

Y fuera en las orillas se juntaron.

Sobre el terrible mal se habla y consulta

De que nace aquel súbito alzamiento;

Y cuando con más ansia se inquiría

De qué lado la guerra les caía,

Y la ocasión cuál era y fundamento,

Con el cetro en sus manos un rey de armas,

Embasictro, ratón de audacia y brío,

Hijo de Tyroglifo, se presenta,

Y á la gran multitud que escucha atenta

Hace así su embajada y desafío:

«¡Oh ranas! A vosotras enviado

De mi pueblo y mi rey, vengo á deciros

Que os toca á la defensa apercibiros,

Pues con guerra amenazan vuestro Estado.

Que aquí á Sijárpas vieron

Flotar sobre estas aguas ya sin vida,

Y que le ahogó con mano fementida

Vuestro rey Fisignato, allá entendieron.

No haya, pues, dilación, y luego al campo

Salgan quienes nacido

En este lago hubieren

Con fuerza y con valor, y propusieren

Dar muestra de linaje esclarecido.»

 Solemnemente ejecutado el reto,

Despareció el heraldo; su mensaje

El sobresalto y estupor difunde,

La soberbia abatiendo de las ranas;

Y universal murmullo

De acusación estalla, y recio cunde

Contra el rey Fisignato, quien astuto

Calma el grande alboroto, á la asamblea

Hablando de esta suerte

Con entero semblante y voz segura:

«Á Sijárpas ratón no dí la muerte,

Ni le ví perecer; él por ventura,

En la orilla triscando bullicioso,

Por interior impulso y movimiento

Nadar como las ranas ha querido,

Y arrojándose al agua, ha perecido

Víctima de su loco atrevimiento.

Y esos levantadores de mentiras

Acúsanme de un crimen mal forjado;

Y pues ellos provocan nuestras iras,

Que paguen con la muerte su atentado.

¿Guerra injusta y cruel nos amenaza!

De que perezcan los ratones todos,

Medios se acuerden y segura traza.

Escuchad mi opinión: luego debemos

Adornar nuestros cuerpos bien erguidos

Con armas, y con ellas defendidos,

Un lugar elevado buscaremos.

Vendrán, se arrojarán, y en punto y hora.

De trabarse la lucha, cada rana

Al ratón que topare de más cerca

Impávída le rete,

Y asiéndole sagaz por el almete,

Enredada con él salte á la alberca:

Que en la arte de nadar siendo inexpertos,

Veréislos todos por el agua muertos.

Y allá en la alta ribera,

Lugar á do nos llama la victoria,

Henchidas nuestras almas de contento,

Se erigirá durable monumento

Que su oprobio atestigüe y nuestra gloria.»

 Fisignato acabó, y á sus valientes

Armó de todas armas; diligentes

Buscan hojas de malva

Con que sus piernas vigorosas ciñen,

En vez de martingalas y esquinelas.

Toman hojas de acelga, y bien dobladas,

Y al cuerpo con estudio acomodadas,

Sírvenles de corazas y escarcelas.

Para cubrirse y reparar los golpes

En la revuelta lid, sendos escudos

Se labran, recortando hojas de coles,

Y lucen con semblantes muy galanos,

Por lanzas, largos juncos en sus manos,

Y por yelmos delgados caracoles.

Toda la gran caterva así vestida,

Sin ninguna tardanza el campo mueve.

Y llenos de furor los corazones,

Blandiendo sus lanzones

Con la faz altanera,

Por el mullido herbaje van trepando,

Como punto estratégico, ocupando

La parte superior de la ribera.

Conturbado el Olimpo

Por lo que abajo pasa, acá en la tierra,

Júpiter congregó á los inmortales.

Á contemplar les mueve

Lo inmenso de la guerra,

El número asombroso de guerreros,

Grandes, potentes, fieros;

Tanto arnés, tantas lanzas fulminantes;

De armas y voces el sonoro estruendo,

Los campos al opósito viniendo

Cual tropas de centauros y gigantes.

Y asomada á su rostro

Sonrisa celestial, las soberanas

Voluntades consulta y va explorando.

Quiénes, pregunta, auxiliarán las ranas;

Quiénes están por el opuesto bando.

Y á Minerva tornando

Dulcemente sus ojos, le decía:

«¿Amparará tu escudo á los ratones?

¿Combatirás por ellos, hija mía?

Pues viven en tus templos,

De justicia será que los defiendas:

Que allí los ves danzar, y sus manjares

Su deleite mayor son tus ofrendas,

Y el suavísimo olor de tus altares.»

Las palabras del hijo de Saturno

Volaban resonando todavía,

Cuando la bella Palas

Con semblante de enojo respondía:

«Nunca por los ratones, padre mío,

Mi egida tersa y dura

Brillará, ni mi lanza, en la pelea,

Por más que yo los vea

En el último trance y aventura.

Que me muerde, en verdad, y me remuerde

Pensar cómo se gozan

En beber de mis templos el aceite,

Y por un tan sacrílego deleite,

Cómo aureolas y lámparas destrozan.

Y hasta un hermoso velo

Que yo misma he tejido,

Poniendo en obra tal todo mi anhelo,

Sin ninguna piedad me lo han roído.

Velo sutil, de trama delicada,

Que con esmero hilada

Fué por mis manos y en mi rueca de oro.

Pero otro mal, oh Padre omnipotente,

Me aflige de presente,

Que es á los dioses de mayor desdoro.

Como al labrar el velo me veía

En gran necesidad, diéronme á usura,

Y todo en el estambre consumido,

No sé con qué pagar este zurcido,

Y día y noche el zurcidor me apura.

Mas tampoco á las ranas

Protegerá mi egida;

Que de cerebro son harto livianas,

Y estoy dellas también harto ofendida.

Ya probarán mis iras: una noche

De tumultuosa lid me retiraba:

Á mis ojos buscaba

Un profundo dormir, no interrumpido:

Que el cuerpo asaz rendido

Sueño reparador necesitaba.

Pero huyó de mis párpados el sueño,

Que la grey de las ranas importuna

Me lo espantó, el silencio perturbando,

Revuelta extrañamente la laguna,

Y todas locas sin cesar gritando.

Así pasé la noche hasta la hora

En que el gallo cantó, bien desvelada:

El alma consumida de tristeza,

Y mi pobre cabeza

De dolores agudos traspasada.

Pero,¡oh supremos dioses!

Aun cuando sobrehumana

Aparición se oponga á la porfía

De aquellos ferocísimos guerreros,

Nunca en su furia insana

Cesarán de la bárbara contienda.

Antes miro posible que pugnando

De cerca las escuadras, desarmando,

Aguda lanza ó dardo nos ofenda.

No descendamos, pues, ni nuestra ayuda

Al uno ni otro campo dar pensemos

Con nuestra fuerte mano;

Y aquí, desde el Olimpo soberano

En verlos combatir nos deleitemos.»

Calló Minerva, y los excelsos dioses,

De su consejo y opinión vencidos,

Al tiempo en que las huestes avanzaban,

Á ver la lid desde la altura estaban,

Y en un mismo lugartodos reunidos.

 Hacen en este punto dos heraldos

De guerra la señal; treme la tierra.

Densa nube de cínifes la guerra

Va por los aires libres anunciando,

Las ingentes trompetas resonando

Con hórrido tañido

Que al pecho pone duelo;

Y Jove con un súbito estampido

Da la señal de guerra allá en el cielo.

 Con su lanza Ipsibóas

Al ratón Licanor hiere el primero,

Que pugna en la vanguardia cual valiente.

En el hígado herido

Del pasador certero,

Acabadas sus fuerzas cae de frente

Sonando con estruendo la armadura;

Y ya despojo de la muerte fiera,

Su lasa cabellera

Se arrastra por el polvo y sangre oscura.

 Corre contra Ipsibóas

El ratón Troglodita,

Ansioso de venganza.

Hiérele, y á Pelión acometiendo,

Le hunde en el pecho la fornida lanza,

Partido el disco con que se abroquela;

Y en el polvo cayendo

La rana exangüe, inerte,

Tomándole la muerte,

Rápida el alma de sus miembros vuela.

 Al ratón Embasictro

Furioso Setaléo

La viva punta de su junco mete

En medio el corazón. En tal instante

A Polisón Artófago arremete

Jugando del aguja fulminante,

Y herido el vientre de mortal herida,

Vuela el alma del cuerpo desprendida.

 Pero al verlo espirar, tendido en tierra,

Su amigo Limnocáris, más furioso,

Un canto enorme aferra,

Grande como una rueda de molino;

Lánzalo á Troglodita, despechado,

Y, hundida al golpe la cerviz, cercado

De tiniebla mortal, à tierra vino.

 Con Limnocáris á encontrarse llega

Otro ratón sañudo

Que también Licanor tiene por nombre.

En el hígado, roto el verde escudo,

Clava la sutil punta

De la aguja ligera:

Que su mano certera

Ha lanza lleva adonde el ojo apunta.

 Y salta á más saltar, huyendo al agua,

Seguro de la muerte,

Crambófago, al mirar tan grande estrago.

Pero á su salvo, por su negra suerte,

No la fuga logró: que perseguido

Por Licanor hasta el confín del lago,

Cae por la espalda herido,

Y entre las bascas de la muerte acerba,

Sobre la oscura hierba,

Para no alzarse más, quedó tendido.

Y de las aguas el color mudaba

La sangre que en arroyos purpurinos

De la orilla bajaba,

Do el mísero guerrero palpitaba,

Envuelto en su ijares é intestinos.

 De su junco Limnisio confiado,

Á Tirófago asalta,

Y de vida y arneses lo despoja.

En esto Pernoglifo denodado,

Con Calaminto á combatir se arroja;

Mas Calaminto al ver al ratón fiero,

Que le acosa, amagándole su acero,

El miedo de morir su sangre hiela,

Y huye al lago, tirando la rodela.

 Lance de oprobio fué; pero entretanto

Allá otros héroes con ardor pelean

Defendiendo del lago la alta fama:

Por ella el diestro y fuerte

Borboracidas á Piltrao dió muerte;

Por ella batallando sin reposo

Hydrocáris valiente,

Acometió á Pernófago, brioso

Campeón, de ilustres reyes descendiente.

Pero en vez de su junco, una gran piedra

Á Permófago arroja, meditando

El cráneo deshacerle; y tal su tino

Fué, y la pedrada tal, que vacilando

El regio combatiente, al suelo vino,

Por la naríz los sesos destilando.

 Arrójase al feroz Borboracidas,

Sin dartregua á la lid Licopinante.

En vano opone aquél su verde escudo:

Que en tan funesto instante,

Traspasado cayó del hierro agudo;

Y sus ojos, al héroe sin ventura,

De la muerte cubrió la sombra oscura.

 Con ánsia de vengar el triste caso

Prasófago sorprende

Al ratón Nisodiocto no advertido.

Por un talón le prende

Tomándole la vuelta con fortuna,

Y arrastrando, lo arrastra enfurecido

Hasta dejarlo ahogado en la laguna.

 Y apenas de las ondas asomaba

Á tentar nuevo ardid la rana artera,

Cuando Sicarpo le arrojó su lanza,

Por vengar sus amigos que perecen

En el tumulto y general matanza.

Y aunque el golpe evitar ágil procura

El contrario, á sus pies cayó sin vida,

Y el ánima escapando por la herida,

Bajó del Orco á la mansión oscura.

 Sintiendo el grave caso Pelobátes,

Rana hazañosa y diestra en los combates

Una pella de lodo

Á Sicarpo despide,

Con que los ojos le cubrió y la frente.

Casi ciego quedó, mas no se arredra

El bravo combatiente;

Antes ardiendo en cólera terrible

Su pecho, y levantando una gran piedra,

Que es de la tierra carga insostenible,

Bajo de las rodillas

Á Pelobátes sin piedad la arroja,

Y la pierna derecha destrozada,

Entre quejidos de mortal congoja,

La rana cae en el polvo, trastornada.

 El mortífero junco en su socorro

Viene á poner Crohasida: al desarmado

Ratón, con saña fiera,

Clávaselo en el vientre. El malhadado,

Cayó de parte áparte atravesado,

Y su sangre y entrañasvienen fuera,

Al retirar la lanza de la herida

La vigorosa mano de Crohasida.

 Mientras Sicarpo bueno así entregaba

Por los suyos el alma generosa,

Sitófago, cobarde, que miraba

Seguro ya su fin, despavorido

Huye, honor y deber dando al olvido.

Huye, y del campo en rápida carrera

Desparece, de angustia el pecho lleno:

Que en su profundo, retorcido seno

Lo albergó hospitalaria madriguera.

 Mas súbito, mostrándose á las ranas

Adversa la fortuna, Fisignato

De un pie en la extremidad ha sido herido

Por el rey su contrario, y no pudiendo

Resistir el dolor, clama afligido,

Y de la alta ribera salta huyendo.

Viólo Praséo caer y sumergirse

Semiánime en las ondas, y movido

Del furor de venganza que le ciega,

De su puesto volando decidido,

Á los primeros escuadrones llega,

Y la terrible, ponzoñosa vira

Al rey Trojártas con violencia tira.

Pero no hizo su golpe: que Trojártas

En su broquel se recogió, burlando

Del enemigo bárbaro el deseo,

Y el arma voladora de Praséo

Clavada en el broquel quedó temblando.

 Mas Origanio, que cual otro Marte,

Ya sólo entre las ranas combatía,

Con ímpetu acomete

Al monarca ratón; ciego, lo arrolla,

Y rómpele en el cráneo un casco de olla

Que ostenta por adorno y capacete.

Viendo esteinsulto la enemiga tropa,

Á todo su poder cierra, y embiste

Al divino Origanio, quien, mirando

Su muerte inevitable, no resiste

Los bravos héroes; antes de la liza

Huye, y el patrio légamo buscando,

Por las fáciles ondas se desliza.

 Copia también de Marte

En la armadura y fiero continente,

Un ratón en su campo se señala.

Es Merizárpas, príncipe afamado,

Joven, ágil, valiente,

Del insigne Artepíbulo hijo amado.

De gloria codicioso,

Corre,y dejando atrás sus compañeros,

Orilla á orilla él sólo se presenta:

Témenle los acuátiles guerrerros,

Y con tremendos fieros

Maltrátalos audaz y los afrenta.

Júrales que á su raza

El solo corre á dar fin desdichado;

Y por obra pusiera su amenaza:

Que en armas y en valor era extremado.

 Mas no lo quiso Jove, que piadoso

Movió con majestad la excelsa frente,

Diciendo: «¡Oh buenos dioses!

Lleno de admiración y consternado

Contemplo á Marizárpas, que medita

Dar fin él solo á la laguna entera.

Acorra Marte al punto; la guerrera

Palas vuele, y con brazo poderoso

Al negro campeón, fiero y brioso,

Alejen del combate y la ribera.»

 Así habló Jove, y respondióle Marte:

«Ni Minerva ni yo, rey de los Dioses,

Con nuestras armas evitar podremos

La perdición y estrago de las ranas.

Todos en su defensa allá volemos,

O tu divino dardo mueve al punto,

Ese tu rayo ardiente

Qué á tus plantas redujo por trofeo

Al cruel, temerario Capanéo,

Y á la raza titánica potente.

De aquel feroz guerrero y obstinado

Encadenar las fuerzas sólo es dado

A ese rayo inmortal, con que venciste

De Encélado las fuerzas y osadía,

Cuando en lucha tremenda confundiste

De los Gigantes la arrogancia impía.»

 Marte cesó, y de pronto

Un trueno en la alta bóveda sonando

Con estampido horrible,

Crujió el Olimpo con fragor violento,

Y Júpiter movió su arma terrible,

Vibrándola del alto firmamento.

Al uno y otro campo

Puso el rayo pavor; mas los ratones

Las armas no suspenden:

Antes con nuevo ardor y más porfía

El vasto charco despoblar emprenden.

Pero el supremo Jove

Que desde el alto Olimpo considera

Inútiles los dardos que fulmina,

Viendo el estrecho y la total ruína

De las vencidas ranas, les acude

Con poderosa hueste de auxiliares.

 Viéronse de repente

Venir todós cubiertos

De fuertes espaldares

Á manera de yunques. De costado

Correr con ocho piernas se veían;

Corvas uñas traían;

Las pieles escamadas,

Las bocas de tijeras bien armadas.

Animales de hueso, corcovados,

Sin manos, dos cabezas piés torcidos,

Lomos descomunales, extendidos.

Por el pecho miraban;

Del tumulto el lugar todos buscaban,

Los ojos ferocisimos torciendo;

Y de los hombros sin cesar vertiendo

Trémulos resplandores, caminaban.

 Es la fuerza auxiliar que Jove envía,

La que con gran porfía

Viene y de la contienda no está lejos,

Una terrible hueste de cangrejos.

Llegan,traban la lid, fieros pelean;

En herir y matar todos se emplean,

Las colas, piés y manos con sus dientes

A los ratones míseros cortando,

Cuyas lanzas botando

De los contrarios en las duras cotas,

Al aire saltan, en pedazos rotas.

 De sorpresa y terror sobrecogidos,

El desigual, insólito combate

Sostener los ratones no pudieron;

Y desvandados y en tropel huyeron

Á esconderse en la tierra,

Cuando el sol en los mares se escondía,

Y feneció la guerra,

Después de haber durado todo un día.

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