Bug-Jargal

Victor Hugo

“Estamos aniquilados todos”, decía Alejandro Dumas hablando del autor de Marion Delorme; y lo decía sin conocer de él más que este drama, estrenado en 1831, seis años después de la aparición de Bug-Jargal.

Por entonces era ya célebre Víctor Hugo. Su popularidad fué creciendo tan rápidamente, que poco después desaparecían en breves días las copiosas ediciones de sus libros; cualquier trabajo suyo, por insignificante que fuera, despertaba general interés; en los últimos tiempos de su vida, el pedestal de su fama había alcanzado toda la altura que puede soñar un poeta.

Víctor Hugo nació en 1802. Su existencia fué una lucha constante contra todo: contra el teatro clásico, primero; contra la política de su tiempo, después. Este proceder agresivo valió al gran novelista la hostilidad de una legión de adversarios que combatieron encarnizadamente sus ideas y su literatura, acusándolo de pueril y de ridículo. El infortunio también se cebó en él: vió morir a sus hijos, sufrió miserias y persecuciones, fué desterrado y escarnecido; pero siguió trabajando impertérrito hasta vencer todos los obstáculos que el Destino y la Envidia pusieron en su camino. Murió el 22 de mayo de 1885, cargado de años y de obras, glorificado y aplaudido por sus partidarios, cuyo inconsciente entusiasmo le fué, en varias ocasiones, tan perjudicial como los ataques de sus enemigos.

Cuando compuso la novela que publicamos en este tomito, Hugo tenía, según él mismo nos dice, diez y seis años. Había apostado con unos amigos que escribiría un volumen en dos semanas. Así nació Bug-Jargal, relato basado en la insurrección de los esclavos de Santo Domingo, en 1791, y lleno, como todos los suyos, de vigor y de vida. Estaba destinado a formar parte de una obra de mayor extensión, que no llegó a publicar. No es ésta la única que Víctor Hugo dejó en proyecto; lo mismo hizo con Quiquengrogne, siempre prometida, nunca comenzada.

En esta novela puede verse palpablemente aquella atracción que nuestro país ejercía sobre el genial poeta, hija, tal vez, de las impresiones recibidas de pequeño durante el viaje que hizo a España en compañía de su padre, general del Imperio.

Conviene notar que tiene cierto parentesco, en nuestra opinión no sólo físico, el deforme obí de Bug-Jargal con Han de Islandia, Quasimodo y El hombre que ríe. Víctor Hugo, como Velázquez, era aficionado a pintar seres monstruosos.

El lector encontrará noticias más concretas acerca de esta novela en los prólogos que el autor puso al frente de su obra.

La versión que le ofrecemos es la que en 1841 publicó D. Dionisio Alcalá Galiano. A pesar de que su estilo resulta algo prolijo, quizá por un exceso de purismo, tiene esta traducción el valor de las cosas hechas a conciencia. Se ve que Alcalá Galiano trabajó con cariño, esforzándose en encontrar el vocablo exacto, la frase adecuada, cosa que no siempre ha conseguido. A veces yerra en la interpretación de una palabra, emplea giros anticuados, suprime un párrafo u omite una nota. Hemos procurado subsanar estos ligeros descuidos y enmendar las numerosas erratas y faltas de ortografía de la edición de 1841 cotejándola con el texto francés.

J. R.

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