132

aunque no subiremos por aquí al cielo-, no ha de haber bajar. ¡Oh, Señor, Señor! ¿Sois Vos nuestro dechado y Maestro? Sí, por cierto.

¿Pues en qué estuvo vuestra honra, Honrador nuestro? ¿No la perdisteis, por cierto, en ser humillado hasta la muerte? No, Señor, sino que la ganasteis para todos.

6. ¡Oh, por amor de Dios, hermanas!, que llevamos perdido el camino, porque va errado desde el principio; y ¡plega a Dios que no se pierda algún alma por guardar estos negros puntos de honra, sin entender en qué está la honra! Y vendremos después a pensar que hemos hecho mucho, si perdonamos una cosita de éstas, que ni era agravio ni injuria ni nada; y, muy como quien ha hecho algo, vendremos a que nos perdone el Señor, pues hemos perdonado.

Dadnos, mi Dios, a entender que no nos entendemos y que venimos vacías las manos, y perdonadnos Vos por vuestra misericordia. Que en verdad, Señor, que no veo cosa -pues todas las cosas se acaban y el castigo es sin fin- que merezca ponérseos delante para que nos hagáis tan gran merced, si no es por quien os lo pide.

7. Mas, ¡qué estimado debe ser este amarnos unos a otros del Señor!

Pues pudiera el buen Jesús ponerle delante otras y decir: «perdonadnos, Señor, porque hacemos mucha penitencia», o «porque rezamos mucho y ayunamos y lo hemos dejado todo por Vos, y os amamos mucho»; y no dijo: «porque perderíamos la vida por Vos», y -como digo- otras cosas que pudiera decir, sino sólo «porque perdonamos». Por ventura, como nos conoce tan amigos de esta negra honra y como cosa más dificultosa de alcanzar de nosotros y más agradable a su Padre, la dijo y se la ofrece de nuestra parte.

8. Pues tened mucha cuenta, hermanas, con que dice: como perdonamos; ya como cosa hecha, como he dicho. Y advertid mucho en esto que, cuando de las cosas que Dios hace merced a un alma, en la oración que he dicho de contemplación perfecta, no sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra, de perdonar cualquier injuria por grave que sea -no estas naderías que llaman injurias-, no fíe mucho de su oración; que al alma que Dios llega a Sí en oración tan subida no llegan, ni se le da más ser estimada que no. No dije bien, que 133

sí da, que mucha más pena le da la honra que la deshonra, y el mucho holgar con descanso que los trabajos. Porque, cuando de veras le ha dado el Señor aquí su reino, ya no le quiere en este mundo; y para más subidamente reinar entiende es éste el verdadero camino, y ya ha visto por experiencia la gran ganancia que le viene y lo que se adelanta un alma en padecer por Dios. Porque por maravilla llega Su Majestad a hacer tan grandes regalos sino a personas que han pasado de buena gana muchos trabajos por Él; porque -como dije en otra parte de este libro- son grandes los trabajos de los contemplativos, y así los busca el Señor gente experimentada.

9. Pues entended, hermanas, que como éstos tienen ya entendido lo que es todo, en cosa que pasa no se detienen mucho. Si de primer movimiento da pena una gran injuria y trabajo, aún no la ha bien sentido cuando acude la razón por otra parte, que parece levanta la bandera de por sí, y deja casi aniquilada aquella pena con el gozo que le da ver que le ha puesto el Señor en las manos cosa que en un día podrá ganar más delante de Su Majestad de mercedes y favores perpetuos, que pudiera ser ganara él en diez años por trabajos que quisiera tomar por sí. Esto es muy ordinario, a lo que yo entiendo, que he tratado muchos contemplativos y sé cierto que pasa así; que como otros precian oro y joyas, precian ellos los trabajos y los desean, porque tienen entendido que éstos les han de hacer ricos.

10. De estas personas está muy lejos estima suya de nada; gustan entiendan sus pecados y de decirlos cuando ven que tienen estima de ellos. Así les acaece de su linaje, que ya saben que en el reino que no se acaba no han de ganar por aquí. Si gustasen ser de buena casta, es cuando para más servir a Dios fuera menester; cuando no, les pesa los tengan por más de lo que son y sin ninguna pena desengañan, sino con gusto. Es el caso que debe ser a quien Dios hace merced de tener esta humildad y amor grande a Dios, que en cosa que sea servirle más ya se tiene a sí tan olvidado que aun no puede creer que otros sienten algunas cosas ni lo tienen por injuria.

11. Estos efectos que he dicho a la postre son de personas ya más llegadas a perfección, y a quien el Señor muy ordinario hace mercedes 134

de llegarle a Sí por contemplación perfecta. Mas lo primero, que es estar determinados a sufrir injurias -y sufrirlas aunque sea recibiendo pena-, digo que muy en breve lo tiene quien tiene ya esta merced del Señor de tener oración hasta llegar a unión; y que si no tiene estos efectos y sale muy fuerte en ellos de la oración, crea que no era la merced de Dios, sino alguna ilusión y regalo del demonio, porque nos tengamos por más honrados.

12. Puede ser que al principio, cuando el Señor hace estas mercedes, no luego el alma quede con esta fortaleza; mas digo que si las continúa a hacer, que en breve tiempo se hace con fortaleza y, ya que no la tenga en otras virtudes, en esto de perdonar, sí. No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor, y se alegra se le ofrezca en qué mostrarle alguno.

13. Torno a decir que conozco muchas personas que las ha hecho el Señor merced de levantarlas a cosas sobrenaturales, dándoles esta oración o contemplación que queda dicha; y aunque las veo con otras faltas e imperfecciones, con ésta no he visto ninguna, ni creo la habrá, si las mercedes son de Dios, como he dicho. El que las recibiere mayores, mire en sí cómo van creciendo estos efectos y, si no viere en sí ninguno, témase mucho y no crea que esos regalos son de Dios -

como he dicho-, que siempre enriquece el alma adonde llega. Esto es cierto; que aunque la merced y regalo pase presto, que se entiende despacio en las ganancias con que queda el alma; y como el buen Jesús sabe bien esto, determinadamente dice a su Padre Santo que perdonamos nuestros deudores.

135

Share on Twitter Share on Facebook