Capítulo 28

En que declara qué es oración de recogimiento y pónense algunos medios para acostumbrarse a ella

1. Ahora, mirad que dice vuestro Maestro: «Que estás en los cielos». ¿Pensáis que importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia; porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma.

2. Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte; en fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad, está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre Eterno ir al cielo ni para regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a Padre, pedirle como a Padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija.

3. Déjese de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo, y que, por humildad, ni le quiera responder, ni estarme con Él, ni tomar lo que me da, sino que le deje solo; y que, estándome diciendo y rogando le pida, por humildad me quede pobre, y aun le deje ir de que ve que no acabo de 98

determinarme!

No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre, y como con hermano, y como con señor, y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra; que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal.

4. Este modo de rezar, aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo muchos bienes. Se llama recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí, metida consigo misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo, y ofrecerle al Padre, y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario, y al huerto y a la columna.

5. Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma -adonde está el que le hizo, y la tierra- y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse más.

6. Éstos están ya -como dicen- puestos en la mar; que, aunque del todo no han dejado la tierra, por aquel rato hacen lo que pueden por librarse de ella, recogiendo sus sentidos a sí mismos. Si es verdadero el recogimiento, se siente muy claro, porque hace alguna operación; no sé cómo lo dé a entender; quien lo tuviere, sí entenderá: es que parece se levanta el alma con el juego, que ya ve lo es las cosas del mundo. Se alza al mejor tiempo y como quien se entra en un castillo fuerte para no temer los contrarios: un retirarse los sentidos de estas cosas exteriores y darles de tal manera de mano que, sin entenderse, se le cierran los ojos por no verlas, porque más se despierte la vista a los del alma.

Así, quien va por este camino casi siempre que reza tiene cerrados los ojos, y es admirable costumbre para muchas cosas, porque es un 99

hacerse fuerza a no mirar las de acá. Esto al principio, que después no es menester; mayor se la hace cuando en aquel tiempo los abre. Parece que se entiende un fortalecerse y esforzarse el alma a costa del cuerpo y que le deja solo y desflaquecido, y ella toma allí bastimento para contra él.

7. Y aunque al principio no se entienda esto -por no ser tanto, que hay más y menos en este recogimiento-, si se acostumbra (aunque al principio dé trabajo, porque el cuerpo torna de su derecho, sin entender que él mismo se corta la cabeza en no darse por vencido), si se usa algunos días y nos hacemos esta fuerza, se verá claro la ganancia, y entenderán -en comenzando a rezar- que se vienen las abejas a la colmena y se entran en ella para labrar la miel, y esto sin cuidado nuestro; porque ha querido el Señor que, por el tiempo que le han tenido, se haya merecido estar el alma y voluntad con este señorío, que, en haciendo una seña no más de que se quiere recoger, la obedezcan los sentidos y se recojan a ella. Y aunque después tornen a salir, es gran cosa haberse ya rendido, porque salen como cautivos y sujetos y no hacen el mal que antes pudieran hacer; y en tornando a llamar la voluntad, vienen con más presteza, hasta que a muchas entradas de éstas quiere el Señor se queden ya del todo en contemplación perfecta.

8. Entiéndase mucho esto que queda dicho, porque, aunque parece oscuro, se entenderá a quien quisiere obrarlo. Así que caminan por mar; y pues tanto nos va no ir tan despacio, hablemos un poco de cómo nos acostumbraremos a tan buen modo de proceder. Están más seguros de muchas ocasiones; se pega más presto el fuego del amor divino, porque, con poquito que soplen con el entendimiento, como están cerca del mismo fuego, con una centellica que le toque se abrasará todo.

Como no hay embarazo de lo exterior -se está sola el alma con su Dios-, hay gran aparejo para encenderse.

9. Pues hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor; y que sois vos parte para que este edificio sea tal, como a la verdad es así -que no hay edificio de tanta hermosura como una alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más 100

resplandecen las piedras-; y que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre; y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.

10. Parecerá esto al principio cosa impertinente -digo hacer esta ficción para darlo a entender- y podrá ser aproveche mucho, a vosotras en especial; porque, como no tenemos letras las mujeres, todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por defuera. No nos imaginemos huecas en lo interior. Y plega a Dios sean solas mujeres las que andan con este descuido; que tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos tenemos tal huésped dentro de nosotras, nos diésemos tanto a las cosas del mundo, porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos. Pues

¿qué más hace una alimaña que, en viendo lo que le contenta a la vista, harta su hambre en la presa? Sí, que diferencia ha de haber de ellas a nosotras.

11. Se reirán de mí, por ventura, y dirán que bien claro se está esto, y tendrán razón; porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien entendía que tenía alma; mas lo que merecía esta alma y quién estaba dentro de ella, si yo no me tapara los ojos con las vanidades de la vida para verlo, no lo entendía. Que, a mi parecer, si como ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con Él, y más procurara que no estuviera tan sucia. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y muy mucho más con su grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña! A la verdad, como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, se hace a nuestra medida.

12. Cuando un alma comienza, por no alborotarla de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que es menester para lo que ha de poner en ella. Por esto digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio. Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón Su 101

Majestad; no se lo neguemos. Y como Él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo. Esto es cosa cierta y, porque importa tanto, os lo acuerdo tantas veces: ni obra en el alma, como cuando del todo, sin embarazo, es suya, ni sé cómo ha de obrar: es amigo de todo concierto.

Pues si el palacio henchimos de gente baja y de baratijas, ¿cómo ha de caber el Señor con su corte? Harto hace de estar un poquito entre tanto embarazo.

13. ¿Pensáis, hijas, que viene solo? ¿No veis que dice su Hijo: «que estás en los cielos»? Pues un tal Rey, a osadas que no le dejen solo los cortesanos, sino que están con Él, rogándole por nosotros todos para nuestro provecho, porque están llenos de caridad. No penséis que es como acá, que si un señor o prelado favorece a alguno por algunos fines, o porque quiere, luego hay las envidias y el ser malquisto aquel pobre sin hacerles nada.

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